Todas las familias que se precien abrigan para sus vástagos un montón de expectativas, la mayoría de ellas meros sueños irrealizables o incluso figuraciones sin ninguna lógica ni fundamento. Solo cuando se trata de familias con posibles o con influencia, o bien de familias con las ideas muy claras y con encomiable determinación, cabe afirmar que las expectativas que se tuvieron en un principio llegaron a cumplirse de
forma satisfactoria.
En una familia formada por dos progenitores dedicados a la enseñanza y por una parejita de niño y niña, era normal que se tuviera la creencia de que estudiar una carrera constituía la llave para un porvenir brillante. Supongo que la mayoría de las familias actuales no tendrán un convencimiento tan fuerte acerca del beneficio socioeconómico que pueda aportar la posesión de una licenciatura universitaria, dado que la mayoría de titulados universitarios actuales no llegan más que a mileuristas. Pero en aquella época las cosas eran muy diferentes, ya sea porque había menos titulados o porque las categorías sociales eran más rígidas. Así que mis padres tuvieron muy claro desde el principio que
yo debía estudiar una carrera, para lo cual mi madre se empeñó desde mi más tierna infancia en convertirme en un súper empollón que arrasara con cualquier asignatura que se le pusiera delante.
En el Bilbao de entonces no se podían estudiar tantas carreras como ahora, y además ocurría que ir a estudiar fuera resultaba muy caro. Habida cuenta de que el carácter de la villa antes era sobre todo industrial, la carrera de ingeniería resultaba lo más adecuado para un chico serio y trabajador al que le gustasen las matemáticas; y además garantía casi segura de una prosperidad material y de un prestigio social que le convertiría en un bilbaíno de pro, máxime si, además de poseer un título de ingeniero, era hincha del Athletic. No en vano el campo de fútbol del Athletic, oficialmente denominado San Mamés y coloquialmente La Catedral, estaba situado justo al lado de la Escuela de Ingeniería; por lo que era previsible que bastantes jugadores del Athletic estuvieran cursando la carrera de Ingeniería, y a su vez que varios estudiantes de ingeniería de jugasen en el Athletic. Para que os hagáis una idea de la ligazón tan estrecha que existía entre una y otra institución, valga la anécdota de cierto profesor de dibujo técnico de la susodicha escuela, el cual, cierto año en que el Athletic ganó la Copa llamada entonces del Generalísimo, para celebrarlo concedió aprobado general a todos sus alumnos.
Campo de San Mamés junto a la escuela de ingenieros.
Si no te gustaban las matemáticas tenías a mano, justo al otro lado de la ría, la Universidad de Deusto regentada por los jesuitas. Allí se estudiaban carreras de letras, como Historia o Filosofía, que no tenían ni la mitad de empaque que la de ingeniería pero que, por otra parte, tenían fama de ser más fáciles. Había una excepción a la regla, y esa era la denominada “Comercial”, donde se estudiaba una carrera que se conocía como “Abogado Economista”, que era tan difícil o incluso más que la de ingeniero, y que como su nombre sugería, resultaba muy apropiada para los que quisieran orientar su porvenir profesional en el campo del dinero y de la política, es decir, del poder. A titulo de ejemplo, muchos personajes que fueron en su día ministros en los sucesivos gobiernos franquistas pasaron por las aulas de la citada universidad comercial.
igual que el autor del actual himno del Athletic, pero lo mismo en este caso que en el otro sin ningún vínculo familiar que nos uniera. Ello no era óbice para que más de una vez, al conocer mi apellido, me preguntasen si tenía parentesco con el tal padre Bernaola, que dicho sea de paso debía de ser todo un personaje. Siendo ya adulto, conocí a cierto veterano exsacerdote de notorio renombre en el campo de la cultura vasca. Cuando me preguntó por mi apellido, costumbre por otra parte muy habitual entre ciertos sectores del mundo vasco, le respondí que, aunque me apellidaba Bernaola, no era hijo del famoso antiguo decano de la Comercial, ya fallecido. El me contestó que resultaba muy difícil que pudiese ser hijo de un sacerdote, y lo le repliqué diciendo que no era difícil en absoluto, que lo difícil era que el susodicho sacerdote te diera su apellido.
Una de las características más notorias de la Escuela de Ingenieros era que, al contrario que en la actualidad, las chicas que estudiaban allí podían contarse con los dedos de una mano. Abundaban más en las carreras de letras de la universidad de los jesuitas. ¿Por qué ocurría esto? Podrían darse un montón de explicaciones sin agotar el tema, pero que desde el punto de vista de la mentalidad feminista actual podrían resumirse en una sola palabra: patriarcado, es decir, una preminencia masculina no solo en el ámbito de las carreras técnicas sino también en el mundo de la industria, con unos parámetros, unas actitudes, un estilo y una forma de vivir y de respirar de dicho sector refractario a cualquier cosa que tuviese un tufo femenino.
Las chicas empollonas iban a la universidad de Deusto, y algunas, la mayoría de familia bien, a Salamanca o a Valladolid, de cuya universidad dependían las pocas facultadas universitarias abiertas en nuestro entorno. Pero también hay que reconocer que el número de estudiantes universitarias mujeres era muy inferior al de hombres, y sólo con el tiempo, debido tano al cambio de mentalidad como a la mayor diversificación de opciones de estudio universitario y, justo es decirlo, también al empeño y tesón puesto por miles de mujeres jóvenes, creo que ahora el número de mujeres estudiantes universitarias supera al de los hombres, con expedientes académicos tan buenos o incluso mejores que el de sus oponentes masculinos.
Universidad de Deusto