Dicen que hay dos tipos de economistas: unos afirman que las tendencias económicas fundamentales obedecen sin más a los vaivenes del mercado, y que este, mal que bien, se autorregula por sí mismo. Lo mismo que si estuviéramos hablando del movimiento de los planetas, del tiempo que va a hacer mañana o la semana que viene, o de los números premiados que salen del bombo de la lotería. Ocurre lo que ocurre porque sí, sin que las decisiones humanas puedan influir en ningún sentido.
Otros, por el contrario, sostienen que la economía, al igual que muchas otras disciplinas, como por ejemplo la investigación científica o la medicina, tiene una vertiente política, es decir, que lo que ocurre no se debe solo a factores al margen de la influencia humana, sino que las decisiones que consciente y deliberadamente se tomen influirán de forma decisiva para que los fenómenos económicos sean de un tipo o de otro, para que tal o cual sector de la sociedad viva de forma más desahogada o sumido en la penuria, o para que la situación sanitaria de un país sea mejor o peor. Podríamos decir, aun cayendo en cierto esquematismo, que unos son economistas de derechas, mientras que a los otros podría atribuírseles un cierto matiz izquierdista.
Es posible que con la moda en el vestir ocurra algo análogo: ¿Por qué en una temporada se llevan los pantalones anchos y en otra estrechos? ¿Por qué unos años está más de moda al color azul, y otros el amarillo? ¿Por qué en una época empezaron de golpe y porrazo a llevarse zapatos de mujer con una punta escandalosamente larga, y por qué cuando todavía los miles de pares de zapatos de esa guisa comprados no se habían hecho viejos dejaron de llevarse, y pasaron a considerarse una reliquia del pasado?
un ejemplo claro de que las decisiones que se tomen tendrán mucho que ver con lo que vaya a ocurrir. Aun partiendo del supuesto de que la epidemia era un fenómeno imponderable, hemos visto que los efectos que ha producido han variado de forma sustancial de un país a otro, en función de las medidas que los respectivos gobernantes hubieran adoptado.
Y ahora viene la pregunta del millón: ¿Qué pasa con la música? ¿Podría extrapolarse lo ocurrido con la economía, con la moda o con la epidemia al mercado musical? Es posible que también, como ocurre con la economía, haya quien defienda que los gustos musicales del mundo son imprevisibles, y que lo único que hacen los que viven de vender discos u objetos similares es “adaptarse” a los gustos de la gente. Dicho de otra forma, hay quien afirma que el mercado musical es tan imprevisible y aleatorio como el mercado de los economistas de derechas, o como las epidemias que, cada vez con más frecuencia, asolan al planeta de un polo al otro.
¿Será esto verdad o no? Doctores tendrá el mercado musical que nos sabrán contestar. Yo intentaré aportar algunas pinceladas que puedan resultar significativas. Por ejemplo: Me llama la atención que en multitud de series televisivas, sean del país que sean, cuando aparece alguna canción, bien de música de fondo o bien cantada por alguno de los personajes, de diez veces al menos nueve la canción está en inglés. Algo parecido ocurre con las novelas, sobre todo con las novelas negras: es frecuente que el personaje principal, más de una vez sumido en tremendos altibajos emocionales depresivos, encuentre consuelo en determinados músicos por los que parece sentir enorme devoción. Resulta que dichos músicos, sea del país que sean, cantan en inglés. Uno de los casos más paradigmáticos es el del autor noruego Jo Nesbo, según creo antiguo músico de rock. No sé por qué regla de tres su protagonista, el gigantesco policía Harry Hole, siempre anda a vueltas con alguna canción o con algún conjunto anglosajón, mientras que de la música noruega no nos dice nada en absoluto.
Creo que hace unos años, bastantes ya, las cosas no eran así. Aún más, cada país tenía su estilo propio de música. No me refiero a la música tradicional, sino a la que sonaba en los hit parade de la época. Incluso resultaba bastante fácil identificar el origen de una canción por su estilo. Cuando en el año 1958 Doménico Modugno presentó en el festival de Eurovisión la famosísima Volare, no había nadie con un mínimo oído musical que no supiera reconocer “al oído” si una canción era italiana. Y lo mismo ocurría con Bobby Solo y su Zíngara, o con Gigliola Cinquetti, la que decía que “No tenía edad” para amar. Si nos íbamos a otro país cercano, Francia, las canciones de Edith Piaf, de Juliette Greco, de Gilbert Becaud, de Charles Aznavour o de Mirielle Mathieu no ofrecían dudas.
Volare, Doménico Modugno
Zíngara, Bobby Solo.
Hay una canción que siempre me ha llamado la atención de forma singular: por el estilo, da la sensación de que es francesa cien por cien. Sin embargo, su autor no lo es ni mucho menos. Se trata del estadounidense Cole Porter, uno de los mayores compositores de canciones ligeras de todos los tiempos. Pero, ¡Oh sorpresa! el título de la canción resulta de lo más revelador: C’est magnifique, inmortalizada entre otros por nuestro querido Luis Mariano, el músico vasco irundarra que cantó con éxito parejo en los tres idiomas que se hablan en nuestro país.
¿Quiere decir esto que las canciones de cada país obedecían a unas pautas especiales, y que conociéndolas era posible componer alguna del estilo que se quisiera? Cole Porter, que dominaba como pocos la composición musical, nos hace pensar que sí. Otra cosa es saber cuáles eran esas pautas, y saber utilizarlas de forma adecuada. Hasta, ahí, siendo como soy un músico mediocre, no llego.
Edith Piaf - Non, Je ne regrette rien
C'est magnifique - Ella Fitzgerald - Cole Porter
La diferencia mayor que a mi juicio existía con respecto a la situación actual es que las canciones francesas o italianas, entre otras, competían de igual a igual en los éxitos superventas con las de procedencia anglosajona. Reconozco que hace muchísimo tiempo que no presto atención a las listas de superventas, pero aun así me da la sensación de que las cosas no son igual que antes.
Sean como sean, el mundo de la música no se acaba con Francia, Italia, El Reino Unido o los USA. Existen otros géneros que, si bien nunca han alcanzado el nivel de éxito comercial, también han tenido en su día una parte importante del mercado a su favor, como por ejemplo la música brasileña de Sergio Mendes, o incluso los corridos y rancheras mejicanas, o los tangos argentinos. No obstante, me permito volver al dilema inicial de este artículo: ¿Están los gustos musicales de la población inducidos por la presión de los grandes grupos discográficos? o dicho de otra forma: ¿Realmente obedece la oferta discográfica de las grandes casas a los deseos de la población y a sus preferencias musicales, o es justo al revés?
Hay otro ejemplo que también llama la atención, porque de alguna forma va a contracorriente de lo que venía siendo tendencia dominante en el mundo discográfico: a finales del siglo veinte al estadounidense Ray Cooder se le ocurrió contactar con numerosos músicos cubanos, la mayoría ya de edad avanzada, que habían interpretado música tradicional de su país, y que por aquella época estaban casi olvidados por completo. Quien tenga más de cuarenta años recordará el enorme éxito mundial que supuso el disco titulado Buena Vista Social Club, con canciones interpretadas por Omara Portuondo, Ibrahim Ferrer, Elíades Ochoa o Compay Segundo, sin olvidar a otros maravillosos instrumentistas que también tomaron parte como el pianista Rubén González, que inició su carrera en la orquesta dirigida por el flautista Enrique Jorrín, uno de los inventores del chachachá, del cual hablaremos en otro capítulo.
Chan Chan, Buena vista Social Club
Dos Gardenias, Buena vista Social Club con Ibrahim Ferrer
Aun sin saberlo a ciencia cierta, me ha dado la sensación de que el susodicho disco tuvo menos éxito en España que en otros países donde se hablaban otros idiomas. Lo digo porque, casualidad de casualidades, en un restaurante de la ciudad irlandesa de Cork tuve la suerte de escuchar a Ibrahim Ferrer cantando el bolero Dos Gardenias como música de fondo, y un par de años más tarde al mismo Ibrahim en otro restaurante de Varsovia, una vez más en la versión del mencionado disco. En el verano del 2003 estaba yo realzando una travesía montañera por los Pirineos, y una noche, descansando en un hotel de la parte pirenaica francesa, la televisión ofreció un amplísimo reportaje sobre Compay Segundo, a raíz de su reciente fallecimiento. Unos años más tarde, creo que en 2006, dentro de una serie de conciertos veraniegos que se ofrecían en una pantalla gigante situada en la plaza del ayuntamiento de Viena, Omara Portuondo ocupó uno de ellos al completo. Diez años después, una vez más en Viena, degustando un café precisamente en uno de los “cafés vieneses” tan renombrados, la orquesta que animaba la velada nos deleitó con una versión del tango “Por una cabeza”, uno de los mayores éxitos del nunca olvidado Carlos Gardel, tango que, casualidad de las casualidades, aparece en dos escenas memorables de sendas películas protagonizadas nada menos que por Al Pacino y Colin Firth. Así que, justo antes de abandonar el local, no pude resistirme a la tentación de entonar, junto con la orquesta, la última parte del estribillo: “Ya (sha en argentino) no más carreras, se acabó la timba, un final reñido yo no vuelvo a ver. Pero si algún bingo hace ficha en el domingo, yo (sho) me juego entero, qué le voy a hacer”
Como siento yo, Buena vista Social Club con Ruben Gonzalez
Por una Cabeza, Carlos Gardel (película Easy Virtue)
Cada uno, o una, lo digo por usar el lenguaje inclusivo, podrá sacar las conclusiones que desee. La que yo saco es que, por mucho que parezca lo contrario, otros géneros musicales al margen del pop, del rock o de la música disco siguen gustando a la población, hasta tal punto de que cuando se lleva a cabo un esfuerzo editorial como el del mencionado Ray Cooder el éxito es rotundo. La música cubana tradicional volvió a ponerse de moda, no solo con respecto a los cantantes citados, que dicho sea de paso a raíz del tirón que supuso Buena Vista Social Club siguieron grabando más discos, ya por separado, e incluso protagonizaron una película, sino que ello sirvió también para volver a sacar a la luz a multitud de cantantes, de orquestas de géneros… porque en la música cubana hay géneros para dar y tomar.
Podremos dividir la producción musical por géneros, por épocas, por estilos o como nos dé la gana. Pero yo creo que hay una línea divisoria básica que funciona por encima de tales factores: hay músicas que sirven para cantar, y otras que no. Y dentro de las que sirven para cantar, hay algunas que, por razones varias, resultan más apropiadas que otras. Unas veces por ser más sencillas o menos complicadas, pero también porque cada pueblo tiene su propia tradición musical, y también su propio idioma, en el que las letras de las canciones tienen muchísimo más sabor y, además, por regla general hablan de cosas que se sienten más cercanas, lo cual implica que aquellas canciones enraizadas en dicha tradición resulten más asimilables para la población respectiva.
Es cosa sabida que la música cubana es, en esencia, una fusión de dos influencias importantes: la tradición europea melódica, sobre todo española, y la tradición africana, más rica en ritmos. Lo mismo podría decirse del jazz y del blues de los Estados Unidos, o de la música brasileña, ya que en los tres casos la influencia africana está presente. Yo creo que los vascos compartimos una misma tradición melódica con países como España, Francia e Italia, la cual se ha extendido no solo a Cuba, sino también a otros países latinoamericanos. Aun pecando de excesiva simplicidad, creo que una forma de probar esto último es ver qué tipo de música se canta en la sobremesa de comidas de grupo cuando hay alguna celebración por medio. En un capítulo anterior mencionaba a las antiguas canciones dedicadas al Athletic de Bilbao, así como a la habanera de la zarzuela Los sobrinos del Capitán Grant. ¿Quién no ha estado en alguna celebración donde en la sobremesa se ha cantado la canción dedicada al bertsolari Xalbador, compuesta por Xabier Lete, o lo mismo Txoria txori de Mikel Laboa? ¿Quién no ha cantado habaneras, rancheras mejicanas, baladas sudamericanas o incluso tangos? ¿Qué tipo de música suele incluirse en los cancioneros que algunas personas, con un espíritu encomiable, suelen elaborar recogiendo información de aquí y de allá, para facilitarnos el poder cantar en las sobremesas cuando no conocemos la letra, porque la música seguro que la recordamos?
Cantar es una de las actividades más saludables que puede llevar a cabo una persona. Utilizando un moderno lenguaje curricular, diría que es una de las principales “competencias básicas” que toda persona debería ejercitar y dominar, junto con hablar, andar, correr, leer, escribir, manejarse con los números y con las formas geométricas, dibujar, nadar o andar en bicicleta. Ya sé que hay algunas otras tan importantes como las citadas, pero más acordes con la edad adulta. Pero me he referido a estas porque creo que deberían empezar a ejercitarse desde la más tierna infancia.
Por desgracia, cada vez se canta menos. En la calle, en la familia, entre amigos o en la escuela. Creo que de ello tiene mucha culpa la imposición por parte del gran mercado de un tipo de música que, aparte de ser en su mayor parte ajena a nuestra tradición musical, es inapropiada para cantar. Y una persona que no sabe cantar, al igual que una que no sepa nadar, o que presente dificultades para disfrutar leyendo, escribiendo o dibujando, es una persona con una formación básica que deja mucho que desear.