¿Qué pensaríamos de alguien que solo se alimentase de caviar y solomillo, que solo bebiese vino Vega Sicilia y whisky reserva de más de treinta años, o que solo vistiera modelos de alta costura? Pues que no solo se le resentiría el bolsillo, sino también la salud.
Yo creo que con la música pasa lo mismo. Es importante conocer la música de calidad, y además saber disfrutarla. Pero un cuerpo sano necesita también otra cosa. En el capítulo anterior hemos hablado de lo importante que resulta para el equilibrio de la persona cantar. Y aunque más de uno haya cantado alguna vez el Himno de la Alegría de la novena sinfonía de Beethoven, desde mi humilde punto de vista una pieza demasiado “sobada”, hay que reconocer que gran parte de la música de calidad resulta inapropiada para el canto, y si bien hay personas privilegiadas capaces de entonar con encomiable afinación y ritmo una cantata o un oratorio de Johann Sebastián Bach, el hecho es que muchas veces el cuerpo nos pide otra cosa. Algo más sencillo, mas chabacano si se quiere, pero que nos ayude a pasar un estupendo rato cantando solo o en compañía, y que además nos sirva para liberar los “malos espíritus” que solemos llevar dentro.
Es un hecho que la música hortera se ha utilizado con frecuencia con el objetivo de criticar el orden social vigente, lo cual sería imposible con la música de una sinfonía de Mahler o con música disco, y eso le confiere un mérito especial porque criticar el orden social vigente es una de las cosas más sanas que pueden hacerse.
A lo mejor me he pasado de rosca llamando música hortera a un género que han cultivado figuras imperecederas como por ejemplo Georges Brassens, es decir, un género compuesto por una música machacona, o al menos repetitiva, con una letra que lo pone todo patas arriba. Hace poco escuché en Facebook una antigua actuación del cantautor ya fallecido Javier Krahe, el cual, acompañado de Joaquín Sabina, y ataviados ambos con sendas plumas en la cabeza al estilo indio, nos deleitaban con un número dedicado a la falsedad de los gobernantes españoles de los años 80, presididos por Felipe González, que de entrada nos aseguraron que se negarían a la entrada de España en la OTAN, pero que al poco cambiaron de opinión para promover justo lo contrario.
Cuervo Ingenua, Javier Krahe y Joaquin Sabina
Parodiando el lenguaje presuntamente utilizado por los indios norteamericanos en las películas del oeste, lo que venía a decir el estribillo de la canción era que el hombre blanco (refiriéndose al gobierno) hablaba con lengua de serpiente, que como es sabido tiene lengua bífida, lo que en lenguaje castizo venía a decir que eran más falsos que una moneda de plomo.
Decía Joaquín Sabina que la canción había sido censurada en su época, o al menos ninguneada e ignorada. No es de extrañar, habida cuenta de que en fechas mucho más recientes se ha condenado o perseguido a los raperos Shahid (La Insurgencia), Pablo Hasel y Valtonyc por motivos análogos, es decir, criticar o ridiculizar a determinados poderes establecidos, como por ejemplo la propia monarquía.
Hace ya muchos, muchos años, compré un disco single cuya portada estaba adornada con una viñeta del dibujante humorístico Forges, ya fallecido pero nunca olvidado. Solo tenía dos canciones: la primera se refería a los numerosos evasores de capital que cuando en un país, como por ejemplo España, advierten una situación que no es de su gusto, intentan poner su dinero a buen recaudo fuera de las fronteras. La letra de la canción empezaba de la siguiente forma:
Con las maletas bien repletas de pesetas
vuelo a Lausana una vez a la semana
Y seguía:
Ser patriota no es sinónimo de idiota
Yo la cartera la llevo en mi billetera
Pero lo mejor era el estribillo, pues este no era otro que una versión parodiada del himno asturiano:
Ay Suiza, patria querida
Ay Suiza de mis amores
Yo tengo una cuenta en Suiza
con muchísimos millones.
Es estribillo, como es lógico, estaba cantado con la misma música que la conocidísima canción asturiana. Pero para el resto de estrofas habían intercalado una música de chotis madrileño.
Single FORGESOUND, Luis E. Aute y Jesus Munarriz
En la cara B del disco, otra canción no menos jocosa se refería a la cantidad de altos cargos, se supone que la mayoría de ellos auténticos parásitos, que reciben la noticia de su cese con especial amargura. Como la intención era ridiculizar la amargura de tanto arribista, para ello habían escogido una música amarga, de desengaño: un tango.
Sillón de mis entretelas
mi despachito oficial.
Quieren dejarme a dos velas
a un director general.
Me quieren echar afuera
arrojarme al arrabal.
¡Qué puñalada trapera
el papelín oficial!
No es casualidad que para componer canciones satíricas hayan escogido estilos musicales que, aparte de ser propicios para cantarlos, están arraigados en la tradición popular. Antes he mencionado a tres raperos, e igual resulta que los estilos de música tradicionales ya no son tan adecuados como antaño para la crítica, la sátira o la protesta, porque ahora la juventud está en otra onda, y prefiere otras formas de expresión musical más actuales. No estoy seguro de que esto sea así, ni tampoco de que lo que hayan cantado los raperos pueda reproducirlo cualquier oyente de a pie con facilidad. Sin quitarles mérito ni mucho menos, me inclino por pensar lo contrario: Es imprescindible que el pueblo conozca, practique y disfrute con los estilos tradicionales de música, no solo porque son los más adecuados para ser cantados y porque suponen nuestro más querido acervo musical, sino también porque son los que nos permiten criticar el orden establecido a la vez que cantamos. Y si tal y como he dicho antes, cantar es una actividad sana, criticar el orden establecido cantando resulta sano por partida doble.
No he sido ajeno yo al afán de criticar el orden establecido mediante canciones, tal es así que, al igual que los autores mencionados, me he valido de estilos tradicionales de música para hacer mis pinitos. Una de mis obras “maestras” fue el llamado chotis del Pacto de la Moncloa, firmado en el año 1977 por el gobierno español, presidido por Adolfo Suárez, con los principales partidos del arco parlamentario, es decir, el PSOE de Felipe González, el PCE de Santiago Carrillo, o el PNV de Juan de Ajuriagerra. A cambio de conceder subidas salariales y otras cuestiones de las que hablaré en otro capítulo, los partidos firmantes se comprometían a colaborar para la “estabilidad” del régimen surgido tras la muerte de Franco todavía reciente, lo cual venía a significar que ejercerían de freno para las luchas populares. No hay que olvidar que en aquella época la amenaza del golpismo por parte de militares franquistas estaba latente, como se vio poco después con la asonada del teniente coronel Tejero irrumpiendo en el Congreso de los Diputados el 23 de febrero de 1981.
Mi chotis empezaba diciendo lo siguiente:
Quieren ya canonizar a Franco
que ha hecho un milagro
sensacional.
Es coger después de estar bien muerto
y acojonar al personal.
Cuando la palmó muchos pudieron
salir de la clandestinidad,
y ahora, por miedo a que resucite
a la Moncloa van a pactar.
En el estribillo me dedicaba a poner a caldo a alguno de los firmantes, sobre todo a los miembros de partidos de izquierda:
Felipe,
si Suarez coge la gripe
enseguida estás al quite
para arrebatarle el sillón.
Carrillo,
te sentaron al banquillo
y hoy les pasas el cepillo
cual vulgar subordinado.
No fue esta la única canción que compuse criticando el orden establecido, pero en aras de no alargarme en exceso creo que con un ejemplo basta. Aun así, no era la sátira política el único tema de mis canciones satíricas: también ejercí lo que podríamos llamar la crítica cultural, es decir, ridiculizar estilos y temas musicales que, a oídos de un joven un tanto contracultural y disidente con lo establecido, sonaban a ñoño. Lo curioso de ello fue que alguno de mis “éxitos” lo consiguió en tal medida entre mis amistades que al final me quedé con la duda de si les gustaba tanto porque se lo tomaron en broma, como yo, o porque se lo tomaron en serio. Juzgue el lector la que consiguió el mayor éxito, la dedicada a mi abuelita, que tenía ya bastante más que ochenta años y la cabeza perdida:
Abuelita de mi alma,
abuelita de mi amor,
no te vayas de mi lado
que me llora el corazón.
No te vayas de mi lado
que me llora el corazón
porque te queremos mucho,
porque te queremos mucho
mi papá, mi mamá y yo.
Te acuerdas, cuando era niño
me asomabas al balcón
para que viera la calle
y me diera un poco el sol
porque estaba paliducho
por mi larga enfermedad.
Tú, abuelita, me cuidaste
Tú, abuelita, me cuidaste
Tú, abuelita, y nadie más.
Han pasado muchos años
ahora ya me hecho mayor
En cambio tú estás anciana
necesitas protección.
Antes tú ya me cuidaste,
ahora te he de cuidar yo.
Viviremos siempre juntos
Viviremos siempre juntos
Hasta que te llame Dios.
Ya sé que parece absurdo, pero creo que más de una persona de mi familia o de mis amistades cuando cantaba la canción de mi abuelita se emocionaba. Y lo malo era que razones había para ello. En primer lugar, porque siendo hijo de maestros, que pasaban el día entero fuera de casa, mediodía incluido, era nuestra abuela quien se hizo cargo de mi hermana y de mí a lo largo del día. Y por otra parte porque, quiérase o no, el cuidado de los ancianos es una encomiable obra de caridad, aparte del matiz político que tenga cualquiera. Creo que no lo he dicho hasta ahora: Cuando en mis noches de insomnio me pongo a recordar cosas de mi pasada adolescencia, suelo clasificar a mis antiguos compañeros del club juvenil parroquial en endógamos y exógamos. No sé si para bien o para mal, la mayoría de ellos acabaron cayendo en la endogamia, es decir, que la mayoría de las chicas del club se casaron con chicos del club, y viceversa. Además ocurrió que la mayoría de los endógamos siguieron viviendo en el mismo barrio, paseando por el mismo tontódromo y frecuentando las mismas tabernas un año sí y otro también, sobre todo el día de Año Nuevo por la mañana, que solía ser el momento escogido para que se vieran las caras y se deseasen mutuamente parabienes, pues también ocurría que los endógamos que ya no vivían en el barrio solían acercarse ese día para almorzar en casa de sus progenitores que seguían viviendo allí. Además, una vez que se les pasó la edad de club parroquial adolescente muchos de ellos se dedicaron al cuidado de los ancianos de forma desinteresada.