La canción protesta, como no podía ser de otra forma, se puso de moda en una época en la que se protestaba mucho. Empezando a hablar del tema por el extremo más inadecuado, recuerdo cierto programa televisivo en el cual el cómico Andrés Pajares, acompañado de un coro formado por tres mujeres, hacía una parodia de canción protesta en la cual decía que tenía un hermano en la cárcel, que no tenía pan para alimentar a sus hijos y cosas por el estilo, mientras el coro repetía “huérfano es, huérfano es”. Lo comento porque cuando lo oí mi hinché de risa. No obstante, sería injusto en extremo despachar el género de la canción protesta con una parodia de mejor o peor gusto, y ello por varias razones: la primera, y la más importante, porque en el mundo había, y sigue habiendo, multitud de razones para protestar. La segunda, porque dentro de dicho género coexistían muchos intérpretes, estilos, géneros incluso, que a veces poco tenían que ver uno con el otro. La tercera, porque muchos de esos intérpretes o autores eran excelentes músicos y artistas, aparte de personas comprometidas con causas justas que en más de una ocasión les llevaron a sufrir cantidad de adversidades e incluso la muerte violenta, como por ejemplo el famosísimo Víctor Jara. Y así sucesivamente.
Los años setenta del siglo veinte fueron la época de mayor esplendor de ese tipo de música. Fue también una época en la cual lo sudamericano se puso de moda por nuestras latitudes. Coincidió además con un momento en el cual, tanto yo como otros amigos del club juvenil o de otros ambientes cercanos, empezamos a adquirir cierta conciencia social, o incluso política si se quiere, acuciada por una dictadura franquista que ya al principio de la década, con el llamado Juicio de Burgos, evidenciaba que, si bien su carácter sádico e intolerante continuaba en la misma tónica que desde el comienzo del período franquista, tanto dentro como fuera de sus fronteras cosechaba un fuerte rechazo y contestación por unos sectores sociales cada vez más amplios.
Quizás la mayor diferencia entre la canción satírica y la protesta era que esta última, al contrario de la anterior, se cantaba en serio. Y justo es reconocer que los adolescentes nos poníamos la mar de serios cantando determinadas cosas. Otra de las características de la canción protesta era que, si bien en el hit parade de superventas el idioma inglés campaba por sus respetos, en el género de protesta predominaba el castellano, y algo menos el euskara o el catalán. Sin embargo, varios años después nos hemos enterado de que cantautores como Woody Guthrie o Peter Seeger también hacían canción protesta en inglés, pero entonces no lo sabíamos, supongo que la razón sería que no estaban en el hit parade.
This Land Is Your Land, Woody Guthrie
What Did You Learn In School?, Pete Seeger
La canción protesta iba unida estrechamente a la guitarra, instrumento por excelencia usado por cantautores supongo que por su bajo precio, por su fácil transporte y manejo, y porque ofrecía unas posibilidades armónicas y melódicas superiores a las de cualquier otro instrumento de similar tamaño, precio y peso. Y como resultaba que la guitarra ya se había puesto de moda entre nosotros desde antes, la canción protesta nos dio, al menos a algunos, una nueva proyección para desarrollar las mayores o menores habilidades que habíamos adquirido con anterioridad.
Supongo que mi forma de pensar influyó en que, dentro del amplio espectro de canciones protesta, me inclinase más por unas que por otras. Pero otra de las razones fue que algunos estilos se prestaban más para lucir las habilidades de alguien que poco antes había iniciado sus pinitos en la guitarra clásica. Y ahí los sudamericanos se llevaban la palma, sobre todo cuando la canción protesta iba acompañada de reminiscencias folklóricas. En eso destacaban los argentinos, como Atahualpa Yupanqui, Eduardo Falú, Jorge Cafrune y José Larralde. De los tres, este último era el más sencillo de imitar, aparte de que su apariencia de gaucho, con enormes patillas unidas al bigote, impresionaba sobremanera. Fueron muchas las canciones de Larralde, por cierto apellido vasco, que llegué a cantar en aquella época. Aunque la que más me llegó al alma fue un recitado, donde contaba las vicisitudes de un viejo gaucho que, después de haber servido como peón en un rancho durante treinta años, cuando el viejo patrón falleció, y el hijo, al que había cuidado desde niño, se hace cargo de la estancia, bastó “Una sonsera, un simple cambio de palabras y el olvido de un mocoso del que puedo ser su tata” para que el viejo gaucho abandonara el rancho para siempre. Así decía al principio y al final del recitado:
Nadie salió a despedirme cuando me fui de la estancia. Solamente el ovejero, un perro. ¡Cosas que pasan!
Es una canción que me ha acompañado toda mi vida. Puede que por sentir una excesiva pena de mí mismo, motivada porque, tal y como he comentado ya más de una vez, mi vida ha sido un continuo cambio de “estancias”, de muchas de las cuales me he marchado un poco como el viejo gaucho, sin nadie que saliera a despedirme aunque, a lo mejor, sin que yo tampoco tuviera demasiadas ganas de despedirme de nadie.
Cosas Que Pasan (Esas Cosas Que Pasan), Jose Larralde
Canto a Mi América, Gabriel Salinas
Sea como fuere, las milongas de José Larralde me dieron una estupenda oportunidad de seguir cultivando el género guitarrístico sin ceñirme a la música “seria”, lo cual era de agradecer porque limitarse al estudio de partituras resultaba arduo en extremo. Pero no solo de argentinos se nutría nuestro acervo musical: El cantante más apreciado por mí era el chileno Gabriel Salinas, que en el año 1969 editó por primera vez un disco titulado “Canto a mi América”. Aparte de ser bastante sencillo de imitar, sus letras me fascinaban, porque me parecía que “decía las cosas más claras” que otros:
En la tierra americana
Solo hay un muro que existe
al norte hay un pueblo alegre
y al sur veinte pueblos tristes.
Resulta sobrecogedor que una canción compuesta hace más de medio siglo siga teniendo semejante actualidad.
No sé si Gabriel Salinas era tan prolífico autor como intérprete de composiciones ajenas. Estos versos de arriba pertenecen a una canción de Patricio Manns titulada Bolivariana. Otra de Daniel Viglietti nos hablaba también de la cruda realidad del continente:
Dale tu mano al indio
Dale que te hará bien
Y encontrarás el camino
Como ayer yo lo encontré.
Resultaba difícil contener las lágrimas si escuchabas una canción original del uruguayo Aníbal Sampayo titulada El peoncito del mandiocal, que denunciaba el trabajo infantil, tan frecuente en el continente sudamericano como en otros muchos pueblos pobres del mundo:
Pumba que te pumba, que te pumba el azadón
Pumba que te pumba, que retumba el corazón
Dale a tu mano al indio, Daniel Viglietti
Peoncito Del Mandiocal, Anibal Sampayo
Como era de prever, Gabriel Salinas no se olvidaba de la reina de la canción folklórico reivindicativa, no solo chilena sino del continente sudamericano en su totalidad: Violeta Parra.
Gracias a la vida
que me ha dado tanto.
Aunque, visto a posteriori, me quedo con el estribillo de una canción titulada Que viva la democracia, compuesta por su hijo Angel Parra, también cantautor. La canción existía ya en el período franquista, pero parece mentira que haya llegado a ser tan premonitoria:
Soy demócrata, tecnócrata, plutócrata e hipócrita.
Es llamativo que, si bien en los años setenta del siglo veinte estos autores tuvieron un reconocido éxito como cantautores izquierdistas, lo que con frecuencia les valió la detención, cárcel y exilio por parte de los gobiernos golpistas sudamericanos, muchos de ellos han continuado su carrera hasta su fallecimiento en fechas mucho más recientes, ya en este siglo. Pero que nadie espere encontrarlos en la listas del hit parade ni nada por el estilo; porque el sistema, si bien se equivoca muy de vez en cuando, jamás comete tales errores de bulto: Unos artistas fieles a su pueblo, que lo mismo en Argentina que en Uruguay o en Chile sufrieron por ello penalidades sin cuento, incluso la muerte como Victor Jara, nunca serán gratos a los grandes monopolios de la industria de disco.
El derecho a vivir en Paz, Víctor Jara
La democracia, Ángel Parra
Ocurre además que la música de esos artistas, como la de otros muchos, está enraizada con la tradición de la que he hablado en capítulos anteriores y seguiré haciendo en otros posteriores: La tradición del tipo de música que siempre nos ha gustado, que hemos entendido y que nos gusta cantar, pero que difícilmente se oirá en discotecas o en automóviles en marcha que, con la ventana abierta, nos deleitan al pasar con una serie de golpes rítmicos que si bien nos dejan medio atontados, pensamos que a los pasajeros del vehículo, que la oirán a un volumen muy superior, les habrá dejado tontos por completo.
Es la música, para acabar, que, lo mismo que muchas otras de diferentes géneros, países y épocas, forma parte de nuestra alma.