En los ya lejanos años setenta del siglo veinte había en la televisión española un programa dedicado al flamenco y a la copla, dirigido por un crítico musical llamado Lauren Postigo, ya fallecido. El programa se llamaba Cantares, y estaba rodado en un famoso escenario madrileño de factura clásica, que obedecía al nombre de Corral de la Pacheca.
Como suele ser habitual, más aún tratándose de un programa musical, tenía su propia sintonía, que no era otra que el pasodoble titulado Suspiros de España; y creo que fue gracias a la sintonía del programa, el cual dicho sea de paso no me interesaba demasiado, cuando tuve noticia por primera vez de dicho pasodoble.
A más de uno os habrá pasado que, tras haber escuchado una canción que no conocíais, os ha gustado tanto que no paráis hasta saber todo lo posible sobre ella; y además que podéis estar escuchándola una y otra vez sin cansaros. Algo parecido me ocurrió a mí con el susodicho pasodoble. Muchos años ya después de aquello, todavía hoy no paro de disfrutar cada vez que vuelvo a oír sus notas. Y no solo disfrutar, sino también emocionarme; porque, justo es reconocerlo, el pasodoble Suspiros de España tiene un no sé qué que emociona a cualquiera.
Suspiros de España. Antonio Álvarez. Dir.: Miguel Roa. "Voces para la Paz" (Músicos Solidarios).
Fue su autor un músico jienense llamado Antonio Álvarez Alonso, compositor también de zarzuelas y, además, empresario teatral y musical. Se debió de estrenar su pasodoble en la ciudad de Cartagena, no muy lejos de donde cumplí mi servicio militar, si no estoy equivocado en el año 1902. Hay varias anécdotas relativas a su estreno, como por ejemplo una que lo relaciona con una confitería cartagenera llamada Suspiros, que parece ser inspiró al autor para ponerle título. También hay quien dice que la primera versión de la partitura la escribió en un tiempo record, más o menos una hora; y que su primera interpretación “oficial” la realizó una banda militar del arma de infantería, cosa hasta cierto punto lógica habida cuenta de la importante presencia militar que desde siempre ha tenido Cartagena. Debido a que las ordenanzas militares no permitían que una banda militar fuera dirigida por personal civil, tuvo que ser un militar quien lo hiciera, en lugar del propio autor como habría sido más lógico.
No sé si estas anécdotas son verídicas o no, pero no es eso lo que más importa: Suele asociarse el género de pasodoble a las corridas de toros, y muchos de ellos llevan nombre de toreros famosos. También hay algún que otro pasodoble de inspiración castrense, como el ya mencionado Banderita tú eres roja, banderita tú eres gualda, que al menos en mi época se interpretaba por la correspondiente banda militar en las ceremonias de jura de bandera. Pero en Suspiros de España creo que su fuente de inspiración hay que buscarla en otra parte: de hecho, es un pasodoble triste, de nostalgia. ¿Nostalgia de qué? Nostalgia de España, por supuesto.
Suspiros de España es, en realidad, el pasodoble de quienes, sintiendo a España como su propio país, de una u otra forma lo han perdido, casi siempre por causas ajenas a su voluntad. Como por ejemplo los miles y miles que, huyendo de la miseria generalizada que antaño padecían las clases humildes españolas, tuvieron que optar por el camino de la emigración, a los países hispanoamericanos en su mayoría pero también, en fechas más recientes, a otros destinos como Alemania, Francia, Suiza o Australia.
En el centro de la localidad asturiana de Cangas de Onís, cerca del famoso puente romano, hay un monumento al emigrante. Se trata de una estatua realizada por un escultor natural de México, que representa a un hombre joven ataviado con ropas humildes portando una pequeña maleta donde ha introducido sus pertenencias. No en posición estática, como suele ser habitual para representar a los consabidos próceres en los monumentos conmemorativos, sino que va andando, para embarcarse en alguno de los vapores que hacían la ruta de Sudamérica, para nunca más volver.
Monumento al emigrante. Cangas de Onís
Sin salir de Asturias, en el Museo Jovellanos de Gijón tuve la suerte de admirar algunas obras del pintor asturiano Ventura Álvarez Sala, fallecido en 1919. Especialista en cuadros de gran formato en los que aparecen grupos humanos numerosos, y con unas dotes soberbias para el dibujo y la composición, una de las que más me impresionó fue la titulada “Los emigrantes”, según creo datada en 1907. Con un notable dominio del escorzo, nos presenta un trozo del casco de un barco, justo lo suficiente para ver cómo se ha bajado por una de las escotillas una pasarela por la cual asciende un conjunto de emigrantes de condición humilde, llevando a hombros los pocos enseres que han podido cargar.
Los emigrantes, Ventura Álvarez Sala. Museo del Prado.
No ha sido solo la miseria lo que ha obligado a lo largo de la historia a muchas personas a dejar su país, a España, incluso para siempre: también ha habido quien lo ha hecho huyendo de las levas forzosas que antaño podían acarrear ser enviado a guerras en Cuba, Filipinas o Marruecos, y a encontrar allí la muerte o volver lisiado. Todos los países que tienen un pasado colonial o imperial tienden a ningunear, o incluso a ocultar, que muchas de las aventuras militares en las que se embarcaron, casi siempre por la codicia y prepotencia de los respectivos gobiernos y de las personas influyentes de dichos países, tuvieron una fuerte contestación dentro del propio territorio, que se tradujo en protestas, en manifestaciones, incluso en que madres y esposas de los reclutados forzosos se tumbaran encima de las vías de los trenes que los transportaban para evitar que sus seres queridos fueran enviados a un matadero. Seres de condición humilde, pues, como es sabido, en aquellas épocas el servicio militar forzoso se podía evitar mediante el pago de una cierta cantidad de dinero.
La forma más habitual de evitar el reclutamiento militar fue la deserción y la huida del país. El huir de las guerras ha sido una de las principales motivos de emigración, lo mismo en España que en otros países como por ejemplo en Francia durante la Primera Guerra Mundial. Ninguno de los que se fueron se hizo acreedor de distinciones, condecoraciones o a que su nombre figurase en alguno de los miles de monumentos funerarios que a lo largo y ancho del Hexágono recuerdan a los que cayeron “Morts pour la Patrie”. Es posible también que su recuerdo hubiera sido vilipendiado por los respectivos “patriotas” de sus localidades de origen, tachándolos de cobardía o de falta de “espíritu nacional”. Aun así, hay que reconocer que marcharse con una pequeña maleta y poco más al otro extremo del mundo, a través de un azaroso viaje en cuyo término solo hay incertidumbre, no es algo que esté al alcance de cobardes.
Pero Suspiros de España es también el pasodoble de los que tuvieron que huir de su país, de España, obligados por la persecución política. Fueron miles y miles los que, tras la derrota en la Guerra Civil, optaron por ese camino. No es casual, por ello, que la emisora clandestina Radio España Independiente, más conocida como Radio Pirenaica, auténtica pesadilla del franquismo y asidua de muchísimos españoles para quienes dicha emisora de radio era el principal referente antifranquista, tuviera como sintonía inicial de sus emisiones el propio pasodoble Suspiros de España.
Radio España Independiente, más conocida como Radio Pirenaica.
Creo que un sobrino del autor de la partitura compuso la primera letra para que pudiera también ser cantada. Con mayor o menor diferencia, ha habido distintas versiones, interpretadas por figuras tan famosos como Estrellita de Castro en los años treinta del siglo veinte o, en fechas más recientes, Manolo Escobar. Sea cual fuere la versión que tomemos, en todas se refleja lo mismo: nostalgia, pena, amargura por el país perdido. Y es natural por ello que, cada vez que suenen sus notas, cualquiera se emocione.
También hoy en día existen miles, millones de personas que, por causas análogas, ha perdido sus países, y se han visto abocadas a un viaje terrible que, en el mejor de los casos, acarrea en una terrible incertidumbre, y en el peor acaba en la muerte. Es posible también que ellos, y ellas, tengan sus propios pasodobles de nostalgia, y que cuando los escuchen, si es que han tenido la fortuna de sobrevivir a su tragedia, se emocionen tanto o más de lo que pudieron hacer en su día el emigrante de Cangas de Onís; el hijo de familia humilde que no tuvo dinero para canjear su exención del servicio militar pero que no estuvo dispuesto a que lo matasen en una guerra en la que no tenía nada que ganar y sí mucho que perder; o la combatiente republicana que, para evitar el fusilamiento, la cárcel, las torturas y las vejaciones, tuvo que dejar atrás un país en cuyo progreso y mejora había puesto la mayor ilusión y a lo cual había dedicado sus mayores esfuerzos.