Tal y como he comentado en el anterior capítulo, la exigencia administrativa del conocimiento de la lengua vasca para el personal docente se fue haciendo más acuciante, debido entre otras razones al interés cada vez mayor de la población por que los más pequeños acabasen la escuela dominando ambas lenguas oficiales, y ello implicaba que en el proceso de aprendizaje se utilizaran como lengua de uso. Así ha resultado que en las últimas décadas miles de docentes, gracias a un esfuerzo nada desdeñable, han conseguido dominar el euskara lo suficiente como para dar clase utilizando dicha lengua.
En un proceso que implica a un conjunto grande de personas, siempre es mejor estar en la cabeza del pelotón que en la cola. Es lo mismo que una carrera ciclista: el que va en la cola corre mayor peligro de descolgarse, así como también de ser víctima de una caída masiva porque tiene menos opción de evitarla. También es verdad que los que van a la cabeza del pelotón deben realizar un mayor esfuerzo, porque tienen que hacer frente a la resistencia del aire mientras que los que van detrás pedalean cansándose menos. En el proceso de implantación del euskara en el sistema educativo pasó algo parecido: las resistencias iniciales, de uno u otro tipo, fueron grandes, y poco a poco acabaron desapareciendo aunque no siempre, y valga como ejemplo de ello lo anteriormente citado sobre la jueza a la que el euskara le parecía muy difícil. Pero, por otra parte, los que iban a la cabeza del pelotón llegaron antes a la meta, y no corrieron el riesgo de que por una caída inesperada o por haber fallado las fuerzas y quedarse descolgados, acabaran llegando fuera de tiempo y ser descalificados.
Dentro de los que necesitaron tomar parte en la carrera de aprender euskara porque no lo conocían de antemano, yo estuve en el pelotón de cabeza, lo mismo trabajando con el profesor que nos ponía discos de canciones vascas como en otros entornos. Además, he sido de los que opinan que un profesional de la enseñanza y, por ende, también del aprendizaje, no debe dejar jamás de estudiar y de aprender algo nuevo, ni tampoco debe conformarse con que le den un simple aprobado sino que debe intentar, al menos, conseguir un notable. Esa es la razón por la cual no me quedé satisfecho con la obtención del título que te habilitaba para ser profesor de y en euskara, el llamado en su día EGA, sino que seguí trabajando para mejorar, entre otras formas apuntándome a una escuela de bertsolaris.
Desde el punto de vista que nos interesa aquí, podemos decir que el bertsolarismo, es música cantada. ¿Qué se canta? Un montón de textos, improvisados o no, en general con una melodía identificable y fácil de recordar. Pero aun siendo muchas, esas melodías tienen en común que pueden englobarse en unas pocas categorías, según el número de notas que tengan, y según cómo estén dichas notas organizadas. Por ejemplo: las archiconocidas Maritxu nora zoaz; Xarmangarria zara; Ixil, ixilik dago o Gernikako Arbola pertenecen a la misma categoría, porque sus notas, así como las silabas de sus letras, aparecen agrupadas de forma alternativa en grupos de siete y de seis.
Xarmegarria zira. Imanol
Ixil, ixilik dago. Oskorri
Otras canciones, sin embargo, tienen sus notas divididas en grupos alternativos de diez y de ocho notas, correspondiendo cada una de ellas a una sílaba de la letra. En esta categoría estaría, por ejemplo, la tradicional Pello Joxepe, lo mismo que otras popularizadas por el grupo Oskorri como Aita-semeak tabernan daude, o también Haizea dator Ifarraldetik, de Xabier Lete. Finalmente, existen categorías especiales, unas con una agrupación de sílabas diferente, como la Habanera de Xabier Lete, que lo hace de ocho en ocho, o incluso las que combinan grupos de sílabas, y por tanto notas, de diferentes tamaños, como Iparragirre abila dela o Betroiarena, ambas de Xenpelar.
Habanera . Xabier Lete
Betroiarena (Xempelar). Xabier Lete
En el bertsolarismo existe además una terminología específica: si bien en castellano un verso es una línea parte de una estrofa, aquí se llama bertso a una unidad equivalente a una estrofa castellana, compuesta por cuatro, cinco o más grupos de siete/seis o de diez/ocho notas-sílabas. Cuando se tienen solo dos grupos, se habla de una copla. A cada uno de esos grupos se le llama punto, y a cada palabra rimada, que siempre irá al final de cada punto, se la denomina pie (oin).
¿Por qué obedecen las músicas que se utilizan en el bertsolarismo, que como he dicho son muchísimas, a unos pocos patrones? Porque su función es ayudar a los bertsolaris a que improvisen bertsos con unas características determinadas, tanto del tamaño del texto a cantar como del número de palabras rimadas, que siempre irán situadas al final de dada grupo de siete-seis o de diez-ocho. De esa manera, si tienen la melodía bien interiorizada, no necesitarán ir contando las sílabas con los dedos, sino que, a la vez que piensan en la música, ella misma les va guiando como quien dice para que las frases que se les vayan ocurriendo se ajusten a la medida requerida.
Pero el bertsolarismo no sirve solo para que unos cuantos “privilegiados” sean capaces de improvisar bertsos más o menos largos y complejos, sino también para que otros, entre los que me incluyo, puedan componer bertsos con toda la paciencia del mundo, en su casa o lo mismo mientras estén paseando. Y también sirve para que, aquellos bertsos que por una razón u otra se han hecho famosos, sean recordados, aprendidos y cantados por un montón de personas, porque forman parte del patrimonio común de un pueblo. Lo mismo que afirmo de otros géneros musicales, como las zarzuelas, las habaneras, los tangos, las tonadillas, las rancheras o los boleros, los bertsos son un género de lo más apropiado para que personas que conozcan el euskara, y si además de ello la cultura vasca la sienten como propia, cantando juntos se sientan más cercanos unos de otros y, además se lo pasen bien.
Los bertsos, sean o no improvisados sobre la marcha, sirven también para dar solemnidad a un acto. Por ejemplo, para que, al final de una manifestación, por medio de ellos se salude a los participantes, se les anime a seguir en el empeño que les ha unido, o se les felicite por la abundante participación habida. Y lo mismo que una manifa puede tratarse, por ejemplo, de un homenaje. En las ocasiones en que celebrábamos la jubilación de algún compañero o compañera de trabajo, yo solía llevar unos bertsos, preparados de antemano, para cantar en la sobremesa. Y con respecto a la actividad escolar, qué duda cabe de que trabajar el bertsolarismo con el alumnado es una de las cosas más interesantes que pueden hacerse, porque con ello te ocupas de un montón de aspectos y competencias: la lengua como tal, el canto, la música y la cultura; aparte de la propia creatividad.
Suele ser habitual que, siendo la mayoría del profesorado desconocedor de las cuestiones básicas del bertsolarismo, cuando no del todo incapaz de pergeñar un mero producto que merezca la pena, se contrate a algún bertsolari experimentado para que trabaje dicha actividad en alguna sesión. Ello tiene una ventaja indudable, cual es que la persona encargada de la actividad acredita una preparación muy superior. Pero, sin embargo, acarrea la desventaja de que el bertsolarismo aparece un tanto desvinculado del currículo ordinario, como si fuera algo añadido con poca relación con el resto de disciplinas y actividades llevadas a cabo por los respectivos profesores tutores o especialistas.
Ese no era mi caso, y así ocurrió que más de una vez me dediqué con mis chavales y chavalas a componer bertsos. No demasiado complicados, sino más bien lo contrario. Una buena oportunidad para hacerlo nos la ofrecían los carnavales, ya que existe una tradición de cantar bertsos en tales ocasiones. O más bien coplas, es decir, bertsos más sencillos como he mencionado antes. Un tipo de copla tradicional de carnaval consta de cuatro “líneas”, la primera, segunda y cuarta, todas de ocho sílabas, rimadas; y la tercera, de diez sílabas, no rimada. Las dos últimas se repiten en cada copla.
Cierto año, como era habitual ante la llegada de los carnavales, surgió el consabido debate acerca del disfraz que el grupo debía decidir, con el objeto de que todo el mundo fuera disfrazado de la misma manera. Ocurrió que a alguien se le ocurrió que podríamos ir vestidos de ángeles, mientras que otros preferían justo lo contrario, es decir, ir disfrazados de demonios.
En esa tesitura, tuve la idea de proponer que la mitad de la clase fuera de una forma, y la otra mitad de otra. Como no podía ser de otra forma, a mí, como profesor, no me quedaba más que una opción posible: el disfraz de dios, el más irreverente que a nadie se le puede ocurrir. Me agencié una sábana blanca, unos algodones del mismo color para la larga barba, y un triángulo de cartón forrado de papel de estaño con un gran ojo dibujado en el centro, el cual me lo coloqué en la frente. Pero lo más interesante era que la situación ofrecía una oportunidad inmejorable para preparar unos bertsos, que fuimos cantando por el resto de las clases:
En primer lugar, el propio Dios hacía la presentación de ambos colectivos, explicando que cada unos de ellos nos iba a dar su propio punto de vista:
Zerbait esatera noa
Eta ez nolanahikoa.
Zuen aurrean kantari dago
gure eskolako jainkoa.
(Voy a decir algo, y no cualquier cosa: ante vosotros está cantando el dios de nuestra escuela)
Nirekin dira helduak
Eta zeharo poztuak
Alde batean demonioak
Bestaldean aingeruak
(Han llegado conmigo, la mar de contentos, por un lado los demonios, y por el otro los ángeles)
Batzuk zuzen eta artez
Besteek asmo okerrez
Zenbait aholku emango dute
Entzun (e)zazue, mesedez.
(Unos con rectitud, los otros con ánimo perverso, darán algunos consejos. Por favor, escuchad).
Acto seguido, los ángeles comenzaban su predicamento:
Hemen aingeruak mintzo
Jarri gara pintxo-pintxo
Zerura igo nahi baduzue
Portatu zaitezte zintzo.
(Henos aquí a los ángeles hablando, para lo cual nos hemos puesto de lo más pincho:
Si queréis ir al cielo, portaros bien)
Pero los demonios no estaban dispuestos a quedarse callados:
Oraintxe da gure txanda
Ardo mordoa edanda
Gure txokora etorri eta
Gurekin egin parranda
(Ahora es nuestro turno, después de haber bebido un buen montón de vino: Venid a
nuestro txoko, a montar con nosotros una juerga)
Los ángeles, tras oír semejante propuesta, pasaban al contrataque:
Sekulan ez lotsatiak
Alproja hutsak guztiak
Deabru hauek zoroak dira
Petral eta gezurtiak
(No son más que unos impresentables que jamás se avergüenzan. Son alocados, descarados y mentirosos)
Pero los diablos, como era de esperar, no estaban dispuestos a quedarse
callados sin replicar:
Infernu hontan suteak
Sufrez egindako keak
Txorizo-sortak jango ditugu
Eta saltxitxa erreak
(En el infierno hay grandes fuegos y humos de azufre. Comeremos ristras de chorizos y salchichas asadas)
Finalmente, el propio dios tenía que poner broche final a la discusión:
Hemen nahi dugu gelditu
Baita denbora amaitu
Kalera goaz denok batera
Agur eta dibertitu.
(Nos quedamos aquí, pues se ha acabado nuestro tiempo. Vayamos todos juntos a la calle. Adiós, y divertíos)
En otro orden de cosas, y muchos años después de aquello, en más de una conmemoración por la jubilación de algún compañero, o compañera, me tomé la molestia, o el atrevimiento si se prefiere, de llevar algo de casa preparado. Podría citar varios ejemplos, aunque prefiero no excederme porque por regla general eran bastante personales. Sin embargo no me resisto a mencionar uno, dedicado a un compañero llamado Pedro Luis, que entre otras cosas destacaba por un maravilloso sentido del humor y por ser un contador de chistes soberbio. Como no podía ser de otra manera, preparé uno de tono jocoso, inspirado en la letra del conocido Maritxu nora zoaz pero dándole otro enfoque:
Pedrito, nora zoaz
Eder galant hori?
Jubilatzera, lagunok,
Nahi baduzue, etorri.
Jubileoan zer dago, akaso nagia?
Potrojorran egoteko
Nahi duzuen guztia.
Gure Pedro Luis, jubileta jubiloso
Gure Pedro Luis, jubileta jubiloso total.
Pedro Luis,
Pedro Luis.
Astelehenean beti, egun canoso
Asteartean, berriz, egun Moscoso.
Itxuroso, fabuloso, zein jubileo ponpoxo
Bizitzan jaun ta jabe
Pom! Pom!
Kolperik eman gabe.
Gure Pedro Luis, jubileta jubiloso
Gure Pedro Luis, jubileta jubiloso total.
Pedro Luis,
Pedro Luis.
Pom! Pom!
(¿A dónde vas, Pedrito, guapetón?
A jubilarme, amigos, venid si queréis.
¿Que hay en la jubilación, acaso holgazanería?
Para estar tocándose los… todo la que queráis.
Nuestro Pedro Luis, jubileta jubiloso.
Nuestro Pedro Luis, jubileta jubiloso total.
Pedro Luis, Pedro Luis.
Los lunes, día canoso. Los martes, día Moscoso.
Aparente, jubiloso, ¡qué jubileo elegante!
Dueño y señor de la vida. Sin dar golpe.)
Los días canosos y moscosos se referían a que a los funcionarios con mucha antigüedad se les descontaba de la jornada laboral anual un número determinado de días para su libre disposición. Se les llamaba así de forma coloquial, tanto debido a que los funcionarios más veteranos peinaban canas, como a un antiguo ministro de la función pública de apellido Moscoso, de cual al parecer partió la iniciativa.
Pero lo más original de ese bertso era que, desafiando las tradiciones vascas habidas hasta la fecha, para cantarlo había escogido nada menos que la música de la antigua canción del Cola-cao, que supongo conocerán muchos de quienes lean esto.
No todos los compañeros y compañeras que se iban jubilando conocían el euskara, aunque sí la mayoría. También ocurría que, aun conociéndolo y dominándolo con un nivel más que aceptable, por determinadas circunstancias su vinculación con el idioma castellano era notoria. En tales casos, en lugar de bertsos en euskara solía dedicarles un soneto. El soneto es una estrofa de catorce versos de once sílabas agrupados en tres bloques de cuatro, cuatro, y seis, con rimas alternadas. Es de origen italiano, y se introdujo en la poesía castellana hacia el siglo dieciséis, por parte entre otros de los poetas Juan Boscán y Garcilaso de la Vega.
Lo mismo si se trata de bertsos que de sonetos, lo más difícil no es dominar el aspecto formal de unos y otros, sino saber en cada caso lo que tienes que decir cuando se lo dedicas a una persona determinada. En el ejemplo anterior estaba claro que había que inventarse algo jocoso, pero según la persona que se trate a veces procede algo más dramático. Y no digamos ya si la persona a la que se lo dedicamos es alguien que acaba de morirse, que de esos también he hecho más de uno.
Tenía un compañero que, siendo muy joven, hacía de eso ya una porrada de años, había conseguido una plaza de catedrático de Lengua Castellana. En su caso estaba claro que para homenajearle en su jubilación un soneto era lo más adecuado. Un soneto, además, que hablara del quehacer literario:
Aun siendo como soy un simple lego
En versos que iniciara Garcilaso
Que Góngora bordara paso a paso
Y que en hierro forjó Gerardo Diego
No quise desoír el dulce ruego
De volverme poeta, para el caso
Audaz ante el peligro del fracaso
Mas presa de total desasosiego.
El soneto terminaba con cuestiones que se referían a él de forma personal. Solía veranear en Castro Urdiales, y pensé por ello que, aparte de ser un gran conocedor de la literatura castellana, lo del soneto grabado en hierro de Gerardo Diego le haría una ilusión tremenda. Gerardo Diego fue un poeta de la llamada Generación del Veintisiete, a la que También pertenecieron, entre otros, Federico García Lorca, Rafael Alberti, Vicente Alexandre, Ernestina de Chambourcy, María Zambrano y otro montón de mujeres que se hacían llamar a sí mismas “Las sin sombrero”, porque desafiando las convenciones sociales de la época, empezaron a exhibirse sin dicha prenda en lugares públicos.
Las sin Sombrero
Y el sitio en el cual Gerardo Diego grabó su soneto en hierro está nada menos que en la plaza principal de Castro Urdiales, al pie del monumento dedicado a Ataulfo Argenta, el director de orquesta más brillante que ha existido en la historia de la música española, natural de la localidad.
Una vez que la ceremonia del homenaje a mi compañero terminó, me acerqué a él ufano, pensando que lo del soneto de Gerardo Diego le habría legado al alma. ¡Iluso de mí! Me dijo que no entendía a santo de qué venía aquello. Así que se lo tuve que explicar yo, porque a pesar de haber veraneado un montón de años en Castro Urdiales, nunca se había fijado en el monumento. Pero una vez que se lo dije al siguiente fin de semana fue a mirarlo, y el mismo lunes me lo comentó. ¡Vivir para ver!
Monumento al músico Ataulfo Argenta. Castro Urdiales Cantabria