Alkmaar es una localidad del norte de los Países Bajos famosa por una feria tradicional del queso en la que se lleva a cabo una exhibición a cargo de unos señores inmaculadamente vestidos de blanco y tocados con sombreros de paja de ala ancha, los cuales se dedican a transportar de aquí para allá, en una especie de parihuelas colgadas de los hombros por medio de unas correas, un buen montón de quesos redondos de gran tamaño.
Hace ya una porrada de años visité varias localidades de los Países Bajos en un viaje familiar. Era una época que yo calificaría de más amable, con menos automóviles en las carreteras; menos turistas abarrotando el espacio; más fácil de encontrar aparcamiento incuso en el centro de las ciudades, a veces pagando y otras gratis; y por regla general con mayores facilidades y menos agobios para viajar a donde te apeteciera. Quiso la casualidad que escogiéramos un viernes para visitar la susodicha ciudad, justo el día en que se celebraba la feria de quesos.
Mercado de quesos de Alkmaar
El recinto de la feria estaba a rebosar de visitantes. Y aunque llegamos bastante tarde tuvimos todavía la suerte de presenciar unas cuantas idas y venidas de los transportistas de quesos, que pesaban después en una balanza cuya fabricación bien podría haberse remontado a los tiempos de Rembrandt.
Una vez finalizado el itinerario previsto, como los holandeses, alemanes y demás habitantes de países análogos suelen ser de natural apacible y desenfadado, invitaron a alguno de los presentes a participar en el acarreo de quesos, supongo que para hacerse luego la consabida foto. Un señor, que según creo era italiano, se ofreció voluntario. Se trataba de alguien moreno y más bien bajito, así tal que lo primero que nos llamó la atención, una vez que se puso al lado de los participantes “oficiales”, fue que estos eran unos gigantones de dos metros, que le sacaban al italiano por lo menos dos cabezas de estatura. Nada más que el italiano se calzó las parihuelas, sucedió lo inevitable: por efecto del enorme peso de los quesos que se transportaban en cada viaje, se fue al suelo de inmediato.
Entre las risas de los espectadores por haber visto una vez más a un turista hacer el idiota como de hecho ocurre tantas veces, terminó la actuación de los quesos, justo una media hora antes de que, no sé cómo nos enteramos, en la catedral se iba a celebrar un concierto de órgano.
The Jacob van Kampen organ of Sint Laurenskerk in Alkmaar, The Netherlands (WIKIPEDIA)
Hacía muchos años que tenía noticia de que en la localidad de Alkmaar existía un órgano que debía de ser notorio, pues ya en mi época de adolescente, cuando tenía la costumbre de acercarme a los almacenes del Corte Inglés a hojear los discos de vinilo para encontrar alguna ganga, había descubierto uno editado por la prestigiosa Deutsche Grammophon con obras de Johan Sebastian Bach interpretado por un tal Helmut Walcha, un excepcional organista nacido en Lepizig (1907-1991). En aquella ápoca, andando como casi todos los jóvenes escasos de dinero, los discos de semejante casa editorial, muy caros pero de calidad sobresaliente, resultaban prohibitivos; lo cual si cabe no hacía sino estimular mi imaginación, efecto acentuado además porque en la portada del disco, de llamativo color amarillo como era habitual en los de la citada casa editorial, se mencionaba el órgano de St. Laurenskerk, es decir, el de la iglesia de San Lorenzo, de Alkmaar.
Varios años después, cuando se me presentó de forma sorpresiva la oportunidad de conocer el fabuloso órgano de la catedral de San Lorenzo, y además en concierto, no dudé en apremiar a mis acompañantes a que nos diéramos prisa por encontrar la catedral.
Debo reconocer que el esfuerzo mereció la pena: las catedrales luteranas, al contrario de las católicas, abarrotadas estas de imaginería y ornamentación datando la mayoría de la época barroca de la Contrarreforma, suelen estar desprovistas de cualquier aditamento superfluo, lo cual si cabe las hace más adecuadas para cualquier actividad espiritual que vaya a llevarse a cabo en su interior, como por ejemplo un concierto de órgano. Además, el órgano, según llegué a saber de 4.500 tubos, resultaba muy vistoso porque tenía unas enormes tapas de madera profusamente decoradas que, adoptando la forma convexa de los diferentes juegos de tubos, los ocultaban cuando el órgano no estaba en funcionamiento. Pero en los momentos previos al concierto los dos pares de tapas, unas más pequeñas y las otras mucho mas grandes según los respectivos juegos de tubos, estaban abiertas dejando ver el instrumento en todo su esplendor.
No sé si por humildad luterana o porque la congregación rebosaba de dinero, el concierto era gratuito, limitándose a poner un cestillo a la entrada donde cada uno echaba lo que juzgaba adecuado. En eso también han cambiado los tiempos, ya que hoy en día es casi imposible que en una actuación de esas no te cobren una cantidad sustanciosa. Pero, como he dicho antes, eran otros tiempos.
No recuerdo el nombre del instrumentista. Tampoco la mayoría del programa. Solo que este se inició con la consabida Tocata y fuga en re menor (BWV 565) sin duda alguna la obra de J. S. Bach para órgano más conocida y uno de sus best sellers más conspicuos, compitiendo fama con el Aria de la Suite en re, con el Preludio primero al Clave bien Temperado, obra en la que se inspiró muchos años después Charles Gounod para componer sobre ella un Ave María, con el Preludio de la Suite nº1 para violonchelo solo, que incluso podemos escucharla en la banda sonora de la película Master and Commander, con algún fragmento de los Conciertos de Brandemburgo o con alguna otra que en este momento no recuerdo.
Pero la razón de que, a pesar de haber transcurrido de aquello más de treinta años, me acuerde tan bien de lo que ocurrió aquel día, fue que como segundo número del programa se interpretó mi pieza favorita: la Fantasía y fuga en sol menor (BWV 542), a no dudar una de sus obras maestras. Leí una vez que, si bien la Tocata y fuga en re menor es una obra temprana, llena de ímpetu juvenil, la Fantasía y fuga en sol menor corresponde a la época madura del compositor, y en tal sentido, se supone, más elaborada. No se sabe a ciencia cierta si las dos partes, es decir, la fantasía y la fuga, fueron compuestas en la misma época, o incluso si en su día fueron pensadas como partes de la misma obra. Sí, por el contrario, que el tema principal de la fuga es un canto popular holandés, siendo a lo mejor esa la razón que se hubiera incluido en aquel concierto.
Prelude from Cello Suite No. 1 (Master and Commander)
Bach - Fantasia and fugue in G minor BWV 542 - Van Doeselaar | Netherlands Bach Society
He escuchado muchos conciertos de órgano a partir de aquello: En Saint Malo; en Dijon; en la imponente iglesia de la Madeleine de París; en Honfleur, un precioso pueblo en la desembocadura del Sena, en una iglesia construida enteramente de madera lo cual hacía, según mi parecer, que el órgano tuviera un sonido especial; en Amsterdam, en Haarlem; en Viena; en Hamburgo; en Leipzig; en no sé qué pueblo de Polonia; en Bilbao, por supuesto; en Getxo… me faltan los renombrados órganos guipuzcoanos… pero, por desgracia, no he vuelto a escuchar mi pieza favorita en concierto. Espero tener algún día la fortuna de poder hacerlo.
Después del concierto nos fuimos a comer a un restaurante, donde a duras penas pudimos entender lo que decía la carta porque estaba escrita solo en holandés. Pero nada de ello fue óbice para que pasara uno de los días más felices de mi vida, o al menos uno de los más recordados, que casi siempre viene a ser o mismo. Tal es así que, entre mis fantasías que nunca se llegarán a cumplir, una de ellas es convertirme en organista freelancer, y viajar a lo largo y ancho de la vieja Europa haciendo una de las cosas más viejas que pueden hacerse allí: visitar viejas iglesias, gozar del sonido de viejos instrumentos, e interpretar obras de viejos compositores para deleite de nuevas generaciones de oyentes y aficionados. Comparto esa fantasía con otra parecida: agente artístico de alguna casa de subastas de renombre, como Christie’s o Sotheby’s, y viajar a lo largo y ancho de la vieja Europa visitando viejas mansiones, o incluso viejos desvanes, y contemplar viejas obras de arte que por obra y gracia de mis gestiones volverían a disfrutar de una segunda juventud.