Decía al principio de este escrito que, probablemente, La donna e mobile sea el aria de ópera más conocida de todos los tiempos. Yo tuve noticia de ella siendo muy pequeño, gracias al disco de Beniamino Gigli que mis padres adquirieron hace ya una eternidad. Pero incluso personas con mucha menos cultura musical que yo, y con menos posibilidades de acceso a obras del bel canto, la conocen y la tararean con una letra que guarda poca semejanza con la original italiana, pero que al menos rima en alguno de los versos que la componen.
No creo que, a estas alturas, la letra de la susodicha aria de la ópera Rigoletto pueda considerarse muy meritoria, habida cuenta de que en cuestiones de sexismo la mentalidad de la sociedad ha cambiado un montón desde los tiempos en que fue compuesta. No solo por atribuir a las mujeres unas características que dejan bastante de desear, sino también por atribuirlas de forma genérica, categórica, como si entre mujeres no hubiera tanta variedad, o incluso más, que la que pueda existir entre sus oponentes masculinos. Incluso me han hablado de alguna opera, creo que Carmen de Bizet aunque no lo podría asegurar, en la cual, para eliminar las connotaciones machistas del libreto, se han invertido los roles sexuales de los personajes principales, es decir, que el papel que en el correspondiente libreto antes correspondía a una mujer, ahora lo asume un hombre, y viceversa.
Vaya o no vaya en descargo del genial compositor operístico que fue Giuseppe Verdi, lo de atribuir a las mujeres sin excepción características más o menos peyorativas por desgracia se da con cierta frecuencia en las letras de canciones, sean de “altura” como el aria de Rigoletto, o sean más, digámoslo así, populacheras. Me viene a la memoria, por ejemplo, el chachachá titulado “La engañadora”, del cual hablaré luego, cuyo estribillo viene a decir “Qué malas son las mujeres que nos quieren engañar”.
Para bien o para mal, los niños suelen tener una riqueza de vocabulario limitada, y cuando no entienden los textos originales de las canciones que conocen tienden a interpretar lo oído con arreglo a su limitado conocimiento léxico, cambiando alguna palabra desconocida por otra aun a pesar de que, de esa forma, el texto pierda su significado lógico. Me vienen a la memoria varios ejemplos de ello, como un canto de iglesia que estaba muy de moda en mi niñez sobre todo en época de Semana Santa, en el cual se le rogaba a Dios que nos perdonase y que no estuviera eternamente enojado por nuestros pecados. Más de una vez rogué yo a Dios no estuviera eternamente mojado, hasta que algún adulto se dio cuenta de tan singular rogativa, y me lo hizo notar.
Algo parecido ocurría con una de las canciones estrella de la escuela franquista de mi niñez, el himno de la Falange “Cara al sol”. Según rezaba el susodicho himno, los falangistas tenían “impasible el ademán”. ¡Cuántas veces no habremos cantado los niños de mi generación que el alemán era imposible, es decir, “imposible el alemán”, lo cual no dejaba de tener cierta lógica, pues era creencia común que la lengua alemana era muy difícil de aprender.
Por razones análogas, a la famosa aria de la ópera verdiana los niños atribuíamos connotaciones automovilísticas. Con total desparpajo solíamos tararearla con un automóvil, dos automóviles, tres automóviles y todos los automóviles que nos vinieran en gana.
Pero la niñez acabó formando parte del pasado, y poco tiempo después también la adolescencia. Llegó el momento de hacerse adulto, con las ventajas y desventajas, con los derechos y las obligaciones que ello conlleva. Porque la edad adulta se caracteriza porque llega el momento de asumir obligaciones que hasta entonces ni se conocían o, al menos, ni se tomaban en cuenta.
La asunción de obligaciones va muchas veces unida a la posesión de bienes materiales. Es normal que los infantes y los adolescentes menores de edad no posean bienes materiales, al menos legalmente, y que por ello sus obligaciones sean mucho menores, limitándose las más de las veces a sacar buenas notas y a superar los cursos correspondientes. Suele ser la posesión de objetos como una vivienda o un automóvil, aparte del desempeño profesional allá donde sea menester, lo que más diferencia en nuestra sociedad un adulto de alguien que, o bien aún no lo es, o bien vive en la total marginalidad.
VERDI - RIGOLETTO. LA DONNA È MOBILE (letra original y traducción en español/inglés)
La posesión de un automóvil suele ser uno de los primeros indicadores de que uno, o una, se han hecho adultos. Pero, a la vez, supone asumir un montón de requisitos que en un principio se sienten como un atentado contra la libertad individual. El pagar los plazos del vehículo más el correspondiente impuesto del valor añadido; el impuesto municipal de circulación; las tasas de aparcamiento; las posibles multas; los controles de alcoholemia; las revisiones y reparaciones cuando proceda; el seguro a todo riesgo y el seguro a terceros; la inspección técnica del vehículo… es normal que una persona joven que no hace mucho tiempo acabe de adquirir un vehículo en propiedad se sienta abrumado por tanto requisito, y que experimente una sensación de opresión por el exhaustivo control que los poderes sociales ejercen sobre él, y que le obligan a ir por la senda del ciudadano ejemplar aun a pesar de que ello le resulte asfixiante.
Algo así sentía yo hace ya bastantes años, cuando el niño y el adolescente travieso que todos llevamos dentro, y que de vez en cuando sale a la luz, todavía no se había apagado. No sé por qué, un día me acordé de la famosa aria de Rigoletto, y me puse a componer una letra que, dejando al lado machismos y demás lacras, estuviera más acorde con los tiempos actuales:
Il automobile (aria)
Un automobile
menudo invento.
Mil automóviles
Fisco sediento.
Si marcan IVA
anda con tiento
porque te cobran
el cien por ciento.
A soplar el globo
cuando vas beodo.
Y si ponen multa
no hay que pagar.
(música)
No hay que pagar
(música)
No hay que pagar.
(música)
Pisa el alcalde
pisa con bota
vengan impuestos,
venga la OTA.
Te saca un bando
si pagar toca.
Yo no hago caso,
No soy idiota.
A soplar el globo
cuando vas beodo.
Y si ponen multa
no hay que pagar.
(música)
No hay que pagar.
(música)
No hay que pagar.
(Fin)
Muchas veces he pensado que me haría una ilusión enorme escuchar a alguien que interpretase dicha aria, acompañada de piano u orquesta, con la letra inventada por mí. Todavía espero que en el futuro alguien tenga la deferencia de tomarme en serio y ponerse manos a la obra. Aunque, tal y como comenté en un artículo anterior, si las personas con quienes mantengo algún contacto social se empeñan en atribuirme el papel de malvado Sid Hamet, es posible que, en lugar de tomarse esta ocurrencia a broma, les parezca que soy un conspicuo irreverente y, encima, vulgar.