No sé si el huevo fue anterior a la gallina o viceversa, pero no cabe ninguna duda de que el libro fue anterior al disco. En una casa habitada por dos maestros de escuela, y además con una madre que en su día fue una excelente estudiante, hija a su vez de un señor que pasaba por ser el más culto de su entorno y de parte del extranjero, era normal que la abundancia de libros fuera notoria. Para cuando empezaron a llegar los discos, los libros ya pululaban en mi casa por doquier.
Recuerdo que el contenido de uno de los libros que leía en aquella época era un conjunto de sinopsis de los argumentos de las óperas más conocidas, entre las que no podían faltar las del disco de Beniamino Gigli. Esto tenía su importancia porque, gracias al susodicho libro, no solo podía deleitarme con unos números musicales de indudable calidad, sino que además sabía de qué iba la cosa en cada uno de ellos.
Es frecuente que las óperas, al menos las del período romántico, acaben en tragedia. Tragedias personales, íntimas si se quiere, como la muerte de Mimi en La Bohème; tragedias políticas, como la muerte de Mario Cavaradossi en Tosca; tragedias filosófico-morales, como la condenación de Fausto; o tragedias estúpidas, como la muerte de Gilda en Rigoletto. Con la mentalidad actual podría decirse que ese tipo de argumentos no eran las lecturas más recomendables para un niño, y de hecho las óperas tenían en aquella época la catalogación moral de “mayores de dieciocho”, que es como se clasificaban las producciones cinematográficas destinadas de forma exclusiva al público adulto y, por tanto, prohibidas para los menores.
¿Pero no ocurre hoy en día que a pesar de que el material audiovisual de contenido pornográfico está catalogado como de uso exclusivo para adultos, son precisamente quienes no han llegado a la edad adulta los más interesados en dicho material? ¿Y si es así, por qué íbamos a negarle a un niño la posibilidad de enterarse del trasfondo argumental de unos números musicales que le habían despertado inusitado interés?
Es cosa sabida que muchas de las operas más famosas están inspiradas en textos literarios escritos con anterioridad, incluso a veces en obras notables de renombre universal, y ello nos lleva a la conclusión de que el género operístico y la literatura van unidos de la mano, máxime teniendo en cuenta que el libreto de cada ópera es ya de por sí un texto literario. De esto no podemos sino sacar la conclusión de que no hay ópera sin literatura, y que cuando un oyente va desarrollando su interés y su afición por este género musical, de forma paralela va construyendo también su propio acervo literario.
No sabría decir el motivo de que mis padres tuvieran a Il Trovatore” de Giuseppe Verdi, como su ópera favorita. Es fácil de entender que si en un momento determinado tomaron la decisión de adquirir un tocadiscos, objeto bastante caro en su época, y después un disco de arias operísticas, era porque la afición a la ópera les venía de antes. Pero esa afición tenía un grave inconveniente: que la asistencia a galas operísticas era una actividad cara, reservada a la oronda clase burguesa, bilbaína en nuestro caso, o como mucho a furibundos melómanos que, aun sin disponer de elevados emolumentos, no tiritaban a la hora de gastarse el dinero adquiriendo una localidad de “gallinero”, es decir, de las filas más alejadas al escenario; localidades que, aparte de ser más baratas, no exigían una etiqueta tan rigurosa como las de palco o de patio de butacas, porque nos guste o no la opera, aparte de espectáculo musical de primer orden, siempre ha sido también lugar de ostentación, de perifollo y de cotilleo.
La temporada de ópera se llevaba a cabo en Bilbao durante el mes de septiembre, y yo diría que la expectación que suscitaba era bastante más que en la actualidad. Incluso ocurría que las funciones de ópera se retransmitían por radio, que era la forma que tenían mis padres para escuchar sin gastarse un céntimo a los divos y divas de la época; y no cualesquiera, pues incluso recuerdo haberles oído comentar que no sé qué año iban a venir unos no tan conocidos como ahora llamados Mirella Freni y Luciano Pavarotti. No eran ellos, ni mucho menos, las únicas figuras del “bel canto” que han pasado por la villa.
¿Por qué les gustaba tanto Il Trovatore? No sabría decirlo. Pero ocurrió que, algún tiempo después de haber adquirido el disco de Beniamino Gigli, tiraron la casa por la ventana como quien dice y se compraron nada menos que la opera completa, en versión de Renata Tebaldi, Mario del Mónaco, Giulietta Simionato y Ugo Savarese, editada por la casa discográfica Decca. Creo que fue el gran tenor Enrico Caruso quien afirmó que, para que Il Trovatore funcionara como debía, lo único que hacía falta era que la interpretasen los cuatro mejores cantantes del mundo. No sé si en aquella época estos cuatro citados lo serían, pero a no dudar que no andarían muy lejos.
Los discos LP que componían la ópera venían en un precioso álbum de tonos marrones con fotografías a gran tamaño de los dos protagonistas maquillados a propósito. Y debo reconocer que, tanto o más que la música en sí, a mis siete años me impresionaba lo guapos que aparecían, hasta el punto de que por efecto de las fotografías, y de la maravillosa música, toda mi vida he estado un poco enamorado de Renata Tebaldi. Recuerdo una gala que se realizó hace algunos años, retransmitida por televisión, con motivo de una campaña en favor de la reconstrucción del Liceo de Barcelona tras ser completamente destruido por un incendio en el año 1994. Aparte de la actuación en sí, diversos personajes importantes del mundo de la música aparecían en breves sketch, manifestando su apoyo a la reconstrucción del mítico teatro barcelonés. Unos de ellos era Renata Tebaldi, ya de avanzada edad, que desde su domicilio enviaba sus mejores deseos. Incluso entonces me pareció una mujer muy bella.
Renata Tebaldi
Según nuestra mentalidad infantil, me refiero a mi hermana, un poco más joven que yo, y a mí mismo, el gitano Manrico era el bueno, y el Conde de Luna el malo. Podríamos decir que si las óperas son trágicas, la razón de ello, al menos en algunas, es que al final gana el malo. Y como Manrico nos caía bien, y su rival mal, nos esmerábamos cantando el aria de La Pira con una letra que habíamos inventado: “El Conde de Luna es un idiota”. El argumento de la ópera Il Trovatore está basado en el drama del mismo nombre escrito por Antonio García Gutiérrez, un escritor de la época romántica con una abundante obra muy afamada en su tiempo, y se refiere a las luchas dinásticas acaecidas en el Reino de Aragón durante el siglo XV a raíz de que el rey Martín no sé cuantos falleciera sin descendencia. Pero la ópera, cosa curiosa, tiene su desarrollo nada menos que en Bizkaia.
Desconozco la razón de ello, pues al menos que yo sepa Bizkaia no pertenecía al Reino de Aragón. Al igual que Tosca, el argumento de Il Trovatore tiene un trasfondo político, y como tal puede adaptarse a situaciones y épocas diferentes, mas aún teniendo en cuenta cierta tendencia actual de situar la trama de una ópera, y lo mismo la escenografía, en un contexto distinto al original. Recuerdo, por ejemplo, una representación de hace pocos años que pude presenciar por streaming desde el Metropolitan Opera House de Londres, en la cual los personajes iban vestidos como podrían ir soldados de cualquier conflicto actual; y que a mí, no sé por qué, me hizo recordar la más o menos reciente guerra de los Balcanes aunque la más reciente de Ucrania también podría haber encajado; en los cuales, como ocurre lo mismo ahora que antaño, junto a ejércitos regulares combatieron una suerte de guerrilleros y mercenarios de dudoso origen y de aún más dudosa reputación. Digo esto porque el director de escena del Covent Garden debió de pensar algo parecido, ya que el aspecto de los personajes sugería un ejercito no regular que hacía la guerra sin ninguna ley ni miramiento.
En el campamento de los gitanos, que aparece en el primer acto, se había colocado una roulotte desvencijada. Y uno de los momentos culminantes de la representación fue cuando, nada más finalizado el coro de gitanos, se abrió la puerta de la roulotte y Azucena, la diva mezzosoprano, salió de dentro para interpretar su número.
El argumento de Il Trovatore es político, y si encima se desarrolla en Bizkaia, que es mi lugar de origen, resulta natural que, aparte de su indudable interés musical y de los recuerdos infantiles que me trae a la memoria, dicha ópera me suscite un interés especial; y que, al igual que le debió de ocurrir al director de escena londinense, me sienta yo también impulsado a establecer paralelismos entre el conflicto ocurrido en la Bizkaia más o menos ficticia del siglo XV con la situación, también conflictiva, de la Bizkaia de unos cuantos siglos después. No debí de ser el único que reparó en ese paralelismo, pues en cierta ocasión, diría que por casualidad, me encontré con un artículo periodístico que venía a tocar la misma cuestión.
El artículo era del año 2001, y se refería a una situación preelectoral en la Comunidad Autónoma Vasca, a la cual pertenece Bizkaia. El gobierno de la comunidad había estado siempre en manos de políticos de orientación nacionalista, concretamente del partido PNV, cuyo máximo dirigente era el recordado Xabier Arzalluz. Pero otro candidato, de orientación opuesta al nacionalismo vasco, se presentaba también con grandes posibilidades de triunfo, pues aun siendo un furibundo derechista contaba incluso con el apoyo del Partido Socialista. También estaba en liza el sector nacionalista vasco más radical, cuya figura más conocida era ya entonces Arnaldo Otegi; aunque, justo es decirlo, mucho más joven que en la actualidad.
El candidato de derechas, una figura conocida que había sido antes incluso ministro del Gobierno de España, se caracterizaba entre otras cosas por tener una estupenda voz de barítono y, además, por adornarse con una barba que recordaba en gran medida a los nobles de la época a la cual pertenecía el argumento de Il Trovatore en su primitiva versión. Quizás por esto al autor del artículo se le ocurrió comparar ambas situaciones, la operística y la que se daba en aquel año, y por sorprendente que parezca, acabó buscando un montón de similitudes entre una y otra.
Jaime Mayor Oreja
A la hora de escribir esto me he acordado de dicho artículo, que lo tenía metido entre viejos papeles que llevaba años si consultar, lo cual me va a permitir reproducir algunos trozos que espero hagan sonreír al menos a algunos lectores que recuerden aquella época:
Contra la creencia general, la ópera más representativa del País Vasco no es “El Caserío” de Guridi, ni “La tabernera del Puerto” de Sorozabal, Ni “Marina” de Arrieta, Se trata nada más ni menos que de “Il Trovatore” de Giuseppe Verdi. Sorprende que Verdi haya querido situar una ópera en nuestra Euskadi medieval, pero más todavía que su argumento sea, en esencia, el mismo que siempre: El barítono Conde de Luna, jefe de las fuerzas del orden, combate contra los sublevados capitaneados por el tenor Manrico, de profesión trovador e hijo de la gitana Azucena, bastante bruja. Ambos aman a la misma mujer, la soprano Leonora, la cual, como en cualquier ópera romántica que se precie, prefiere al tenor.
Y tras esto, el autor del artículo comienza a establecer analogías entre el argumento operístico y la historia más o menos real del País Vasco:
En la historia del País Vasco ha habido muchos Condes de Luna. Son de tipo feudal o burgués “ennoblecido”, que antes de mirar hacia su pueblo han preferido formar parte de esa alianza entre monarquía absoluta, aristocracia reaccionaria y burocracia civil, eclesiástica y militar que constituyen los pilares del reino. Curiosamente, el precedente histórico de los condes de Luna se lama en Navarra de forma muy parecida: Conde de Lerín, el mismo que cuando se produjo la invasión de Navarra en 1512 traicionó a su pueblo para pasar a formar parte del bando castellano.
También se explaya el artículo con los personajes de mayor actualidad política en la fecha en que se escribió:
Arnaldo (Otegi) haría un tenor Manrico bastante convincente. Tiene buenas dotes para ello: nombre, imagen, juventud, capacidad comunicativa y de liderazgo. Y aunque no tenemos ninguna bruja Azucena, ahí está el brujo de Arzalluz, que también se llama casi igual y que es brujo por lo mismo que lo son todos los que se han hecho acreedores de esa denominación a lo largo de la historia: porque domina con maestría no solo el arte de lo consciente y racional, sino también el de lo emotivo e irracional. De ahí que suscite a la vez, mas que nadie, adhesiones inquebrantables y odios furibundos.
Y por si ello fuera poco, el autor ve bastantes similitudes entre el desenlace de la ópera y los hechos reales; aunque, por otra parte, también diferencias notorias. Así ocurre que al final reconoce que ha pecado de exageración, y se dispone a poner a cada uno en su sitio:
Los sublevados caen derrotados ante las huestes del Conde de Luna. Manrico es encarcelado y condenado a muerte, A la bruja Azucena le espera el mismo destino que a tantas brujas a lo largo de los tiempos: ser quemada viva en la hoguera. Leonora empezará metiéndose en un convento, y suicidándose antes de caer en brazos del odiado conde. Cuando la pira de Azucena empieza a coger brío, Azucena le confiesa al Conde que Manrico es en realidad su hermano, raptado por los gitanos siendo un niño pequeño. Hasta ahí el desenlace de la ópera.
Hay que reconocer que lo de quemar a la gente en la hoguera o lo de cortarles la cabeza está pasado de moda. Aparte de eso, el mismo as que Azucena guardaba en la manga Arzalluz lo ha mostrado en el tapete un montón de veces: tantas ha jurado y perjurado que Arnaldo/Manrico no es hijo suyo que ya ningún Conde de Luna se lo cree. Los conventos, que hasta ayer mismo como quien dice ofrecían un razonable derecho de asilo, hoy ya no son lugares seguros. Sólo falta por saber si Euskadi/Leonora, a la cual unos y otros se la disputan electoralmente, va a acabar metida en el convento para toda la vida, suicidándose o convertida en compañera de cama del malvado conde de atemperada voz de barítono y esmerada barba de corte medieval. Cualquiera sabe.
Hasta ahí el articulo, según creo escrito en plena campaña electoral. A más de veinte años vista, ya conocemos el desenlace: Un poco porque muchos electores vieron al Conde de Luna como el malo de la ópera con el que no querían saber nada, sin despreciar tampoco otras razones, que supongo que las hubo, al final ocurrió que el tal Conde de Luna se dio un soberbio batacazo frente a otro candidato nacionalista, con el cual se volcaron tanto sus incondicionales como otros que no lo eran tanto.
El “malvado” Conde de Luna, justo es decirlo, reconoció la derrota electoral con deportividad. Y la ópera Il Trovatore de Euskadi, al menos aquella vez, más que un desenlace de ópera acabó teniendo un desenlace de opereta.