Lo más interesante que se hacía en mi escuela dentro del área de música era la celebración de una semana musical, consistente tanto en actividades preparadas por el propio alumnado como, en calidad de broche final, un concierto o actuación llevada a cabo ya por profesionales, siempre y cuando su caché no fuera demasiado alto. Algunos años vinieron instrumentistas; otras veces payasos. Incluso los famosísimos Takolo, Pirritx y Porrotx, en una época en que todavía no lo eran tanto, estuvieron en nuestra escuela haciendo de las suyas.
Una de las ventajas con que contábamos era que un gran porcentaje del alumnado lo era también de conservatorios y de escuelas de música, por lo cual, con mayor o menor destreza, era capaz de actuar para deleite del resto de sus compañeros y compañeras; sin que faltasen tampoco, como es de suponer, las actividades específicas para la semana preparadas bajo la dirección de las profesoras. Pero lo que a mí más me llamaba la atención era la portentosa capacidad que tenían las chicas para inventarse coreografías basadas en canciones de la época. Daba igual la edad que tuvieran: mayores o pequeñas, a ninguna le faltaba habilidad e iniciativa para organizar su pequeño show. Y justo es decir que, si bien el peso del trabajo solía corresponder a ellas, un número nada despreciable de chicos se apuntaba en los diversos grupos de bailarines, con parejo entusiasmo e interés.
En aquella época yo estaba un tanto apartado de la docencia, ya que me dedicaba en la escuela a labores administrativas, a ejercer de secretario en los diversos órganos de gobierno, y a tareas similares. Sin embargo, mi papel en la susodicha semana consistía en preparar una audición musical dirigida al profesorado, para la cual escogía cada año un tema monográfico, seleccionaba un conjunto de grabaciones, y preparaba el consiguiente texto explicativo que iba intercalando con las piezas respectivas.
Me solía valer de la discoteca de mi casa, con lo cual ocurría que el estilo de las obras escogidas tuviera mucho que ver con mis propios gustos, como ya he dicho más de una vez un tanto discrepantes con lo que podríamos llamar “la tónica general”.
Durante unos cuantos años me dediqué a esta actividad lleno de entusiasmo. Aunque, justo es reconocerlo, la ilusión que experimentaba yo no era compartida en el mismo grado por el conjunto de oyentes. A más de un lector le habrá pasado, sobre todo si se dedica a la labor docente, que alguna vez ha tenido que sufrir una notoria decepción al constatar que lo que a él le fascinaba no despertaba el mismo entusiasmo en el resto de personas, o incluso que carecía para estas del más mínimo interés. Lo he visto en profesores enamorados de la literatura, que por esa razón quieren ir “un poco mas allá” del mero programa del curso y se dedican a leer textos y más textos y a recomendar al alumnado que lea libros y más libros; pero que a la postre se dan cuenta de que el conjunto de la clase no le sigue, y no solo eso, sino que la conclusión que saca es que la clase del tal profesor es un tostón que no hace sino machacarles, o incluso que se trata de un chiflado. Puede pasar lo mismo con un enamorado de las matemáticas que se pasa la vida proponiendo juegos y acertijos matemáticos que requieren un ingenio y una motivación especial para resolverlos; pero que acaba enfrentado a la amarga realidad de que nadie es capaz de acertar nada, y que tampoco nadie ha hecho el más mínimo esfuerzo para conseguirlo.
Es obvio que sin motivación no hay aprendizaje, y que para motivar hace falta ser en cierto grado seductor. Y los Sid Hamet como yo de seductor tenemos muy poco. Aún así debo reconocer que la repuesta del profesorado solía ser más que aceptable, aunque no sé hasta qué punto contribuían a ello las ganas de aprender música fuera de las listas de superventas o que tomaban parte solo para no quedar mal. Supongo que habría de todo.
No podía faltar el más grande, J. S. Bach, en el programa de audiciones. Pero cuidado con él: si con un auditorio que nunca ha escuchado a Bach empiezas con un repertorio como el que tocaban en el órgano de la ciudad holandesa de los quesos, corres el riesgo de que dicho auditorio salga huyendo despavorido. Por tanto tuve la precaución de elaborar un programa al que denominé Bach formatu txikian, es decir, Bach en formato pequeño. Y ahí introduje, por ejemplo, el largo de uno de los conciertos para clave (BWV 1056), o un minueto del libro de Ana Magdalena (BWV 114), o dos movimientos lentos de sendas sonatas para flauta y clavecín (BWV 1020 y 1031), sin olvidar el Aria de la suite en re (BWV 1068), auténtico best seller donde los haya. Porque, aunque haya quien no se lo crea, Bach puede ser la mar de enrollado para escucharlo tanto por entendidos como por profanos.
Aria de la Suite nº 3. J.S. Bach. Dir.: José Ramón Encinar. "Voces para la Paz"- Músicos Solidarios
The Man I Love - Ben Webster And Tete Montoliu Trio
Otro año pensé dedicarme al jazz. Y lo mejor que puede enseñarse sobre el jazz es que basándose en una pieza más o menos conocida o más o menos resultona, caben infinidad de versiones con sendas improvisaciones por parte de los respectivos instrumentistas. Como decía un profesor de música que conocí, el jazz no es tanto un estilo aparte de otros, sino una forma diferente de interpretar la música. Para ello escogí como “standard” la pieza de George Gershwin The man I love. Empezando por una versión orquestal llamémosle convencional, escuchamos después otras de Lionel Hampton, de Billie Holiday, una estupenda a cargo de Ben Webster al saxo y Tete Montoliú al piano, y no recuerdo cuántas más. Pero el programa no se acababa ahí: siguiendo en la misma línea, también escuchamos otra canción con título similar: Mon homme. Y aquí contrastamos una versión genuinamente francesa, a cargo de Juliette Greco, con otra anglosajona a cargo de la citada Billie Holiday. Presenté la audición con el título de The man I love. Mon homme. My man.
Juliette Greco - Mon homme
Billie holiday - My Man / Mon Homme
De la música de jazz pasé a la sudamericana. Aquel año intenté ampliar la oferta al profesorado del instituto cercano. Aprovechando que había dos profesores de nombres Ernesto y Agustín, anuncié el tema de la actuación como Piano latino amerikarra: Ernesto, Agustin eta beste batzuk, es decir, Piano latinoamericano: Ernesto, Agustín y algunos otros. En realidad se trataba de Ernesto Lecuona y de Agustín Lara, cubano y mejicano respectivamente. Pero al parecer la coincidencia con los nombres de dos profesores del instituto no despertó allí la atención de nadie, así que más o menos estuvimos los maestros y maestras de siempre. Y disfrutamos oyendo piezas como La Cumparsa, compuesta por Ernesto Lecuona cuando no era más que un muchacho, algún que otro bolero de Agustín Lara, los delicadísimos Valses d’esquina del brasileño Francisco Mignone, otro precioso “valsecito” del argentino Alberto Ginastera, y cosas por el estilo.
La comparsa (From Danzas Afro-Cubanas) (1997 Remastered)
Francisco Mignone - Valsa de Esquina No.5 (Francisco Mignone, piano)
Guardo especial recuerdo, por ser la que me pareció más lograda, de una sesión basada en La condenación de Fausto, de Héctor Berlioz. No de la totalidad de la obra, un largo oratorio, ya que ello habría resultado tanto o más inadecuado que una batería de piezas para órgano de Bach o de cualquier otro. Lo que hice fue escoger un pasaje breve y proceder a un análisis del mismo. Me refiero al coro de soldados y estudiantes, situado justo en la mitad de la obra.
Como introducción, explicaba que lo que íbamos a oír era un fragmento de una obra mayor; que tenía una duración de unos pocos minutos; y que se trataba de un pasaje descriptivo, es decir, que guardaba relación directa con una acción determinada. Antes de proceder a la audición, enumerábamos los instrumentos musicales más comunes, sin dejar de lado la voz humana. Los clasificábamos según categorías, y una vez hecho esto, escuchábamos la pieza por primera vez, instándoles a que reflexionaran sobre la función que a su juicio desempeñaba cada familia de instrumentos, y que intentaran identificar lo que el pasaje escuchado pretendía describir.
Tras un animado debate, concluíamos que se trataba de dos grupos de personas,que pasaban delante del observador cantando. Un grupo al principio; otro después; y al final los dos a la vez; con la particularidad de que, a pesar de que las melodías de uno y otro eran muy distintas, en una suerte de contrapunto ambas armonizaban entre sí. Por otra parte, los instrumentos de cuerda, en una suerte de estacato, sugerían el paso ligero del grupo de soldados, mientras que los instrumentos de metal, con un sonido brillante, les proporcionaban un aire marcial. Mención aparte merecía el fagot, que interviene al principio de la marcha con una corta melodía que nos introduce en la llegada del primer grupo; mientras que al final de la obra vuelve a interpretar el mismo pasaje, esta vez sugiriendo que los cantantes van alejándose, impresión acentuada porque el estacato de los instrumentos de cuerda va haciéndose cada vez más débil hasta que se hace un completo silencio.
Hablábamos también del texto que cantaba cada uno de los grupos. Atendiendo al estilo de la música, y al idioma que utilizaba cada uno de los grupos de cantores, francés y latín respectivamente, deducíamos que se trataba de un grupo de soldados y de otro de estudiantes, en cuyo caso resultaba inequívoco que repitieran el lema Gaudeamus igitur, procedente de un antiguo himno de estudiantes universitarios.
Al final repartía el texto de ambos coros, en versión original y traducida al euskara, y volvíamos a escuchar la obra, ya con mayor conocimiento de causa.
Berlioz: La Damnation de Faust, Op. 24 - Part 2 - Choeurs de Soldats et Chanson d'Etudiants....
Creo que la última vez que preparé una audición para profesorado fue el año 1999, a la cual titulé Agur, hogeigarren mendea, es decir, adiós siglo veinte. El objetivo era escuchar músicas representativas de acontecimientos o fenómenos culturales propios del siglo que en poco tiempo iba a concluir, así como de estilos musicales que habían surgido en dicho período.
No recuerdo con exactitud cuántas piezas escogí. Al menos puedo afirmar con seguridad que escuchamos un tango, una obra de Philip Glass como “música vanguardista”, y también que la última iba dedicada al cine: una auténtica delicia compuesta por Nino Rota perteneciente a la película Fellini 8 ½, en la cual el actor Marcelo Mastroianni encarna a un director (¿el propio Fellini?) que, tras un largo período carente de inspiración, al final encuentra lo que quiere. La pieza escuchada, perteneciente a la banda sonora, es una marcha interpretada por un grupo de payasos, que con un estilo dinámico nos lleva al final de esta pero que, a la vez, sugiere el inicio de algo nuevo que el director, una vez que la inspiración ha vuelto a sonreírle, está a punto de crear. En cierta forma, era una metáfora de que pronto se iba a terminar un milenio, pero que con seguridad el futuro nos abriría perspectivas para conseguir nuevos logros y cosechar nuevos éxitos en el futuro.
8½ theme - Nino Rota
Meetings Along The Edge ~ Philip Glass
Alguno de los asistentes me criticó que ni siquiera había incluido algo de los Beatles. Al principio no me di cuenta de que había perdido una oportunidad de oro para introducir un nuevo elemento propio del siglo que iba a terminar. Y no me refiero a la importancia que tuvieron en la historia musical del siglo XX, lo cual es obvio, sino a que una de sus canciones, de título Good morning, simbolizaba una de las más importantes “revoluciones” que, a mi juicio, tuvo lugar durante el pasado siglo: La conquista por parte de la juventud de un estilo propio; no solo musical, sino también en el vestir; en el comer; en la forma de comportarse; en tener una visión propia del mundo y de la sociedad; en haber echado abajo, al menos en el mundo occidental, un montón de convencionalismos, de normas sociales rígidas, de trabas al libre ejercicio del amor y del sexo… Good morning, al menos tal y como aparecía la frase en los viejos tratados para aprender la lengua inglesa, era la jaculatoria que pronunciaban los ingleses tradicionales y formales, los que usaban monóculo y bombín, dicho sea de paso también pertenecientes al siglo XX, para comenzar el día relacionándose con sus semejantes. Pero los Beatles, a partir del canto de un gallo, dieron a la frase un significado completamente distinto.
Todo esto lo pensé después, así que perdí la oportunidad de introducir, valiéndome de la música, de otra idea interesantísima para incluir en una panorámica del siglo veinte. Pero nadie es perfecto.