Si dices corazón, lo dices todo.
Si dice, el corazón, dice te quiero.
Si quiere el corazón, quiere cantando.
Si canta el corazón, canta un bolero.
Nunca he tenido especiales dotes para la poesía, y de hecho las contadas veces que lo he intentado, bien versos en euskara o bien otros sujetos a la métrica castellana, por regla general han sido textos que muy poco tenían de líricos; ni siquiera nada que tuviera que ver con emociones, sino con un humor más o menos grueso o con la crítica de algo, o de alguien. Incluso he llegado a escribir obras de teatro chistosas en verso que pretendían ridiculizar a otras obras anteriores de la literatura castellana que llegaron a alcanzar notoria fama, valiéndome para ello de un procedimiento sencillo: cuando por motivo del obligado desplazamiento desde mi domicilio a mi lugar de trabajo tenía que realizar un largo trayecto en metro, en lugar de pasarme el tiempo mirando al teléfono móvil o haciendo cosas parecidas, iba pensando en silencio una nueva estrofa, dos, tres… y cuando llegaba a mi destino, o incluso en el mismo metro, sacaba la pluma y apuntaba en una hoja de papel lo que se me había ocurrido. Y así un día tras otro, hasta componer unas cuantas obras de teatro al más puro estilo clásico español que, a no dudar, serán un auténtico bodrio.
Uno de los contadísimos ejemplos poéticos que podría considerarse digno de alguna atención es el trozo que esta situado al inicio de este capítulo. Es como el prólogo de un libro, o mejor habría que decir de un cancionero, que hace ya bastantes años elaboré recopilando aquí y allá las letras de canciones latinoamericanas “de las de siempre”.
Muchas veces me ha llamado la atención, no sin cierta envidia, la facilidad que tienen por regla general las personas sudamericanas para exteriorizar sus sentimientos, sobre todo los sentimientos amorosos, mediante palabras. Aunque ahora ya no están tan de moda como antaño, hubo una época en la cual proliferaban en la programación televisiva los “culebrones” mejicanos, venezolanos y de otros países del continente. Confieso que me quedaba fascinado con la facilidad de palabra que exhibían los protagonistas para decirse lo mucho que se querían, a lo mejor dando curso a un sentimiento sincero o a lo mejor no, pero eso era lo de menos. Lo peor era que, obedeciendo al estereotipo vasco parco en palabras, introvertido y presa de una insuperable timidez, sentía una enorme envidia cada vez que los personajes de los culebrones, un capítulo sí y otro también, se declaraban su amor con una encomiable desenvoltura.
Parejo a ello, los boleros mejicanos, cubanos o de otros países cercanos siempre me han fascinado. Y aún más; siempre me han llegado al corazón. Creo además que a muchas personas de cierta edad que habitamos en el País Vasco nos pasa lo mismo: Nuestro corazón sensible está mucho más cerca de una melodía entonada por Los Panchos, por Armando Manzanero o por Antonio Machín, que de otros estilos musicales, procedentes la mayoría de ellos del mundo anglosajón y promocionados por los medios de difusión habidos y por haber.
Armando Manzanero - Nos Hizo Falta Tiempo (En Vivo)
Los Panchos - Si Tu Me Dices Ven (Lodo)
Antonio Machín – “Dos gardenias”
Yo soy de los que se emocionan con los boleros mucho más que con cualquier canción que haya estado alguna vez en la cima del hit parade, y además siempre he deseado, aunque jamás lo conseguí, tener el necesario sentido del ritmo y la flexibilidad corporal adecuada para ser un consumado bailarín de boleros, de salsa, de tangos o de lo que fuera. Así que en cierta ocasión me animé a recopilar de aquí y de allá las letras de las canciones que me llegaban al corazón, más otras que fui descubriendo sobre la marcha, para componer el cancionero que llevaba como título el mismo que este capítulo.
La primera parte, tal y como su título indica, estaba dedicada a los boleros. Y para diferenciarla de las dos siguientes, copié de la portada de un disco de Los Panchos la cara de uno de sus componentes, que reproduje en el ángulo superior derecho de cada una de las páginas. Los boleros estaban ordenados por orden alfabético, y como introducción de los mismos, después de la poesía susodicha escribí un texto de presentación que decía lo siguiente:
Índice de boleros y canciones, empezando por la “a” de anhelo, angustia y amargura; siguiendo por la “b” de bésame; pasando a la “c” de corazón; avanzando por la “d” de distancia (distancia respecto a ti, naturalmente); viajando por la “e” de escúchame; la “f” de frenesí; la “g” de gardenias (dos); la “l” de llorar; la “m” de madrecita; la “n” de nostalgia; la “o” de olvido; la “p” de todas las palabras tiernas de este mundo; y acabando por la “v” , que lo mismo vale para decir “ven” (y dejarlo todo), o “voy a apagar la luz” y empezarlo todo de nuevo (una vez más).
Tu y Yo - Julio Jaramillo
Besame Mucho - Consuelo Velazquez
Contigo En La Distancia - Lucho Gatica
Continuaba el cancionero con la lista de títulos de los respectivos boleros, nada menos que ochenta y cuatro, no todos boleros propiamente dichos pero teniendo en común que se trataba de canciones que llegaban al corazón. Allí estaban obras tan inmortales como Si tú me dices ven, Vagabundo, y Basura, compuestas por el nunca olvidado Alfredo Gil, que fue en su día requinto del grupo Los Panchos. El requinto es la guitarra más pequeña que lo normal y que se utiliza para los punteos tan característicos en la música del citado conjunto y de otros que cultivan el mismo género. Ali estaban también otras no menos conocidas como Contigo aprendí, El ciego, y Somos novios del mejicano Armando Manzanero; Esta noche o nunca, No me vayas a engañar, o Toda una vida, de Oswaldo Farrés; Humo en tus ojos, y Solamente una vez, de Agustín Lara, unos de los más grandes compositores latinoamericanos, y así muchas otras más.
Vagabundo - Los Panchos
Contigo Aprendí - Los Panchos
Somos novios - Antonio Machín
Toda una vida - Antonio Machín
No me vayas a engañar - Antonio Machín
Humo en tus ojos - Agustín Lara
Habrá quien desconozca el dato de que muchos de los boleros más conocidos han sido compuestos por mujeres. Isolina Carrillo, una mujer cubana de raza negra, compuso nada menos que Dos gardenias. A Consuelo Velázquez le debemos Bésame mucho, y a María Teresa Vega, Veinte años, inmortalizado por la cantante cubana Omara Portuondo en el disco Buena Vista Social Club, patrocinado por Ray Cooder, que en su día dio la vuelta al mundo.
Veinte años - Omara Portuondo
El Reloj - Roberto Cantoral
Solamente una vez - José Mojica/Ana Ma. Gonzalez/Silvana Roth
Estoy seguro de que más de uno, y de una, habrán echado alguna lagrimita escuchando El reloj, de Roberto Cantoral, ese reloj al que se le pide que no marque las horas y que haga la noche perpetua. Durante mucho tiempo pensé que la letra se refería a dos amantes que a la mañana siguiente debían separarse a la fuerza, y que quieren alargar lo más posible el tiempo que les queda para disfrutar de su amor. Motivo suficiente para, como digo, echar alguna lágrima. Pero cuando me enteré de la verdadera historia, que coincide con lo que había creído pero solo en parte, pues en realidad se trata de que a la mujer del compositor le iban a realizar una operación a vida o muerte al día siguiente, ya no fue solo una lágrima o dos, sino muchas más las que he derramado las veces que escucho ese bolero, unos de los más bellos dicho sea de paso.
Dicen que el chachachá lo inventaron los cubanos para que los turistas procedentes de otros países, la mayoría de ellos carentes del sentido del ritmo y de la gracia corporal necesarios para otros bailes como la salsa, pudieran mover el esqueleto con una mínima solvencia al ritmo de la música tropical. Al igual que ha pasado con otras cosas importantes de la vida como por ejemplo el calculo infinitesimal, cuya invención se debe por igual a Newton y a Leibniz, con respecto al chachachá tenemos dos compositores que se disputan la paternidad del hallazgo; ambos, por cierto, flautistas cubanos: Richard Egüés compuso El bodeguero, y Enrique Jorrín La engañadora, según se cree los primeros chachachás que existen. Aquí ya no hablamos de música que llega al corazón, sino de algo mucho más desenfadado, aunque también hay excepciones. La susodicha engañadora, por ejemplo, era una chica cubana que traía locos a los hombres hasta que se descubrió su engaño, que no era otro que el usar un postizo que resaltaba cierta parte de su cuerpo. Y los hombres, en lugar de reconocer que se habían portado como unos idiotas, le echaban la culpa a la mujer de su propia estupidez: “Qué malas son las mujeres que nos quieren engañar”, dice la letra. Por desgracia, en la vida real ocurre con los hombres esto último y cosas parecidas.
El Bodeguero - Richard Egues
La Engañadora - Enrique Jorrin
Piel Canela - Nat King Cole
Si antes he hablado de la proverbial parquedad verbal de muchos vascos, y de sus dificultades para expresar con palabras sus sentimientos más íntimos, con respecto al chachachá podría decirse lo mismo acerca de la torpeza de muchos de mis compatriotas para mover el esqueleto con gracia. Tal es así que para encabezar el capítulo del chachachá eché mano de la letra de uno de ellos, el llamado Piel canela, pero cambiando un poco la letra del mismo:
Que se queden los milicos sin estrellas
y que pierdan los picolos su maldad
que nos dé Dios a los vascos piel canela
y un trasero que se mueva cantidad.
Como dibujo ilustrativo que adornase las páginas del chachachá había escogido a otro músico que, aun sin proceder de ningún país latinoamericano, fue un estupendo intérprete al cual la música de dichos países le debe muchísimo. Me estoy refiriendo nada menos que a Nat King Cole, autor de estupendas versiones de un montón de canciones “latinas” archiconocidas.
Y a modo de presentación del segundo capítulo del libro, me atreví a echar mano una vez más de mis limitadas dotes poéticas para componer un texto en el que entremezclaba los títulos de los respectivos chachachás, con la tranquilidad esta vez de que, al no tratarse de una poesía lírica, el ridículo que podría hacer no llegaría a tanto:
El baile del chachachá
son no más trece pasitos
todos ellos sencillitos
y sabrosos de marchar:
La luna con sus aretes
encandila al bodeguero.
Camarera, camarero,
un trago de ron prometes.
Y cantándole al capullo
capullito de alhelí
mi debilidad allí
la oculto con el barullo
de las maracas, los bongos,
los brazos que dan cariño,
las perlas de triste brillo,
los susurros en tus oídos.
Y la esperanza fingida
se vuelve rubor sincero
cuando te digo te quiero
Nati, Nati de mi vida
que me tienes huerfanito
huérfano de amor y madre.
Mejor, señora, su padre
se queda en casa quietito
mientras que su piel canela
quizás hoy, quizás mañana
o la próxima semana
sus secretos me desvela
y su fragancia se me abre
poco, poquito a poquito.
Fátima, son diez minutos
que dura nuestra canción
un chachachá sabrosón
de trece pasitos juntos:
los aretes, la bodega,
el ron de la camarera,
el capullo de alhelí,
la esperanza que perdí
las perlas de sentimiento
la desgraciada fortuna
del que no tiene ninguna
piel canela que tocar
y llega a desesperar
de sinsabor infinito
de la soledad sin par
y de orfandad huerfanito.
No creo que a ningún conocedor del género se le hayan pasado desapercibidos los títulos de los más famosos chachachás: La camarera; Esperanza; Quizás, quizás; El huerfanito; El bodeguero, Piel canela; Natividad; Tengo una debilidad… en total conseguí reunir trece, aunque estoy seguro de que existirán muchos más.
Y en esto llegó Machín, lo mismo que cierto día llegó Fidel, según nos cantaban Carlos Puebla y el resto de miembros del conjunto Los Tradicionales. Llegó Fidel y se acabó la diversión, porque el comandante Fidel mandó a parar debido a que la Cuba anterior a su llegada era un gigantesco garito controlado por la mafia y al servicio de la clientela estadounidense. Supongo que estaría muy bien que Fidel mandase a parar, pero con Antonio Machín las cosas eran justo al revés: Llegó Machín y empezó la diversión. Sacó las maracas y mando a bailar.
Así era como empezaba la tercera parte del cancionero, dedicada en exclusiva al “negrito” Antonio Machín, uno de los mejores intérpretes de canción latinoamericana de todos los tiempos. ¿Qué relación guardaban Fidel Castro y Antonio Machín, si es que tenían uno con el otro algo que ver? Eso era lo que se explicaba en la presentación de la tercera parte del cancionero:
Machín es a Fidel lo que Groucho Marx es a su tocayo Carlos. En primer lugar, un paisano entrañable. Fidel y Machín son cubanos; Carlos y Groucho judíos. Pero el parentesco no se acaba ahí: son también como las dos caras de una misma moneda, totalmente diferentes, hasta excluyentes si se me permite, pero solo cuando se trata de echar algo a suertes. Para lo demás, inseparables. Es más: de hecho, no hay ningún marxista que no admire profundamente a Groucho, de la misma forma que nadie es castrista sin sentir profundamente a Machín. ¿Qué serían, por otra parte, Carlos sin Groucho y Fidel sin Machín sino auténticos monstruos? Si no fuera por Groucho, las profundísimas tesis de Carlos habrían traspasado hacía tiempo la frontera de lo absurdo. Y de la misma forma, es gracias a Machín que los discursos de Fidel no han perdido hace tiempo ya su calor.
Este párrafo lo escribí hace unos treinta años. Ya habían ocurrido cosas como la caída del Telón de Acero y el llamado período especial que siguió a la decadencia del régimen socialista en la Unión Soviética, lo que trajo como consecuencia que cesara la ayuda que este país prestaba a Cuba y que los pobres cubanos pasaran estrecheces sin medida, habida cuenta además de que el bloqueo impuesto por los Estados Unidos, aún vigente, creaba una dificultad nada desdeñable. Visto lo que ha ocurrido en el mundo durante este último período, me atrevería a decir que ese pequeño texto, escrito sin ninguna otra pretensión que hacer pasar un rato divertido a los lectores, ha resultado en cierta medida profético: Cuba sigue manteniendo la revolución de Fidel aunque Fidel ya no esté entre nosotros, pero al mismo tiempo sigue siendo un país epítome del calor tropical, en todos los sentidos que a estas dos últimas palabras quiera dárseles.
Antonio Machín, del cual me confieso ferviente admirador, representa mejor que nadie una de las tesis que a lo largo de esta panorámica de mi vida he querido reflejar: ¿Por qué una gran parte de nuestra sociedad, y aquí meto lo mismo a la vasca que a la española, se siente más identificada con estilos musicales de procedencia foránea en detrimento de otros más enraizados en nuestra propia tradición musical?
Pocos intérpretes de música latinoamericana han sido tratados de forma tan injusta como Antonio Machín. No sé cuál es la razón de ello, pero el caso es que Antonio Machín ha pasado a la historia como el prototipo más genuino de lo pasado de moda en el sentido más peyorativo de la palabra, es decir, de rancio, de casposo. Ya sé que en un barrio de Sevilla le erigieron un monumento, y ello me parece muy bien porque se lo merecía con creces, pero por desgracia mucha gente tiene a bien hablar de “Las maracas de Machín” como sinónimo de lo que acabo de citar.
No obstante, detrás de esa apreciación superficial, he observado que en el fondo del alma de muchas personas aún pervive ese sentimiento, esa emoción que suscitan los boleros y las canciones de siempre; y que, aun sin quererlo reconocer de forma expresa, se hace patente que con ellas se sienten conmovidas. Me parece estupendo, pero sería también deseable que, aparte de experimentar una emoción reconocida solo a medias, sean conscientes de que ese tipo de música es la que hemos llevado dentro durante generaciones, que es la que nos conmueve, la que mejor sabemos cantar, y además la que a lo largo de la historia han interpretado músicos sobresalientes, como el propio Antonio Machín y muchos más.
En la época en que compuse este cancionero la informática no estaba tan desarrollada como ahora. Creo incluso que aún no existían los teléfonos móviles, o al menos estaban en fase poco más que experimental. Así que me conformé con añadir trozo a trozo los letras de las canciones copiadas de aquí y allá, imprimir el texto completo y fotocopiarlo. No creo que llegara a dos docenas de ejemplares, y la mayoría de ellos se los regalé a mis amistades que, sin excepción, los agradecieron sobremanera.
Hoy lo habría elaborado en formato diferente, incluyendo archivos de audio y vídeo. Pero eran otros tiempos, aparte de que jamás he destacado yo por mis destrezas informáticas. No me queda más que invitar a las personas que lean estas líneas a agenciarse por ahí la música de los títulos mencionados y a disfrutar de ellos, no solo para emocionarse sino también para apreciar que tienen melodías más que notables, acompañadas además de una orquestación maravillosa. Como curiosidad, os digo que mi favorita es la versión que del bolero Somos novios, compuesto por Armando Manzanero, realizó Antonio Machín. Impresionante. No en dos palabras, sino en una sola, porque con una basta y sobra.
Somos Novios - Antonio Machín