Acudí en cierta ocasión a una conferencia sobre la música en el cine. Nos pusieron varios ejemplos de películas famosas, acompañados de fotogramas de las mismas y de los trozos musicales que la conferenciante quería resaltar. Nos contó que compositores de gran nivel trabajaron en las bandas sonoras de las películas norteamericanas, muchos de ellos europeos de origen judío que tuvieron que huir del nazismo. Se mencionaron, por ejemplo, Casablanca de Max Steiner, autor de la banda sonora de montones de películas famosas cuya mención completa sería demasiado tediosa; también Ennio Morricone, con su famosa trilogía de La muerte tenía un precio; y Nino Rota con El padrino, entre otras.
La muerte tenía un precio BSO (Suite) - Ennio Morricone
El padrino BSO - Nino Rota
Se dijo también que hay directores que en lugar de solicitar una banda sonora original prefieren utilizar obras ya compuestas, y adaptarlas después a la banda sonora con más o menos transformaciones. En esta categoría incluía a Stanley Kubrick, del cual mencionaba 2001 Una odisea en el espacio, y Barry Lindon, con música de Richard Strauss y de George Friedrich Handel respectivamente.
La conferenciante terminó su intervención con Love Story y sus temas románticos inolvidables. A decir verdad, a mí la conferencia me supo a poco, porque después de los años setenta del siglo veinte creo que todavía quedaba mucho por mencionar. Me quedé con las ganas de oír algo sobre John Williams, que con las series de Indiana Jones y de Star Wars, sin olvidar a Harry Potter, compuso unos temas que medio mundo identifica con alguno de los personajes principales, bien sea con el protagonista encarnado por Harrison Ford como Indiana Jones, o con Dark Vader de Star Wars. También me habría gustado que hubiera mencionado a Philip Glass, por su estilo innovador y, a la vez, sobrecogedor. Valga como ejemplo de ello el excelente film titulado Las Horas, basado en una obra de Virginia Wolf.
John Williams & Vienna Philharmonic – Williams: Imperial March (from “Star Wars”)
Raiders March from Indiana Jones and the Raiders of the Lost Ark - John Williams
Y en el campo de los directores que prefirieron adaptar composiciones anteriores, creo que Woody Allen se merece un lugar de honor en la historia de la cinematografía, aunque él no se inclinó por el repertorio clásico, sino por canciones de éxito de décadas anteriores, supongo que muchas de ellas sacadas de los musicales de Broadway, y que después se convirtieron en standars de los músicos de jazz, de las cuales hicieron multitud de versiones.
Esto está muy bien, pero no deja de ser una mera enumeración. Hay sin embargo una cuestión sobre la música de películas que a mí siempre me ha dado mucho que pensar. Me refiero a dos géneros de sobra conocidos: El Péplum y el Western.
No se a quién se le habrá ocurrido el nombre ese de péplum. Supongo que quien haya sido habrá pensado que una denominación con resonancias del idioma latino hacía justicia a un género al que en mi época de niñez se denominaba películas de romanos. No es que todos los péplum se refirieran al mundo del Imperio Romano, pero al menos sí podría decirse que abarcaban la época de la Antigüedad Clásica.
Es cierto que en fechas recientes han aparecido producciones de gran interés que, aun conservando elementos propios de los péplum históricos, han recreado universos ficticios que poco o nada tienen que ver con la Edad Antigua de la historia. Valgan como ejemplo la serie “Juego de Tronos”, o la más reciente “Los anillos de poder”. Haciendo la salvedad de que se trata de argumentos nada basados en la realidad histórica, ¿dónde habría que encajarlos? Yo diría que, más que en una supuesta Edad Media, las semejanzas con la Antigüedad clásica son evidentes. Aunque esto no es más que mera especulación.
Pero vayamos a los péplum clásicos, es decir, los de la época dorada de Hollywood que pretendían ser un trasunto más o menos fiel de lo que, se supone, ocurrió en tiempos pasados. Los más conocidos son Ben-hur, ¿Quo Vadis? y La caída del Imperio Romano, esta ultima con argumento que, en versión más moderna, nos ofreció Gladiator. Mención aparte merecen las de temas bíblicos, como Los Diez Mandamientos y alguna otra que se me escapa; en las cuales, aparte de la mayor o menor fidelidad histórica, habría que tener en cuenta también la fidelidad al texto sagrado.
A los péplum de Hollywood hay que añadir también los de origen italiano, que son infinidad, unos más centrados en los hechos supuestamente históricos, como Rómulo y Remo; y otros mera ficción, como Maciste el Coloso o Goliat contra los gigantes, en los cuales aparece un tipo de personaje que llegó a ser una constante en este género: el forzudo protagonista, capaz de hazañas portentosas que solo alguien muy musculado podría llevar a cabo. Y aquí nos encontramos con un personaje análogo enraizado en otra especie de antigüedad ficticia pero con evidentes semejanzas con los péplum. Me refiero a Conan el Bárbaro.
Ben-Hur (BSO) - Miklos Rozsa
Quo Vadis - Miklos Rozsa
La caída del Imperio Romano - Dimitri Tiomkin
Lo que quería resaltar de la música de los péplum, y vayamos al grano, es que se parte de una premisa incuestionable: la no existencia de registros musicales que daten del período clásico, bien sea griego, romano, egipcio u otros. Podemos tener referencias del tipo de instrumentos que se utilizaban entonces, o de métricas poéticas cono los yambo, troqueo, espondeo dáctilo, anfíbraco y anapesto. Pero en realidad nadie sabe cómo sonaba la música de la antigüedad.
¿Qué quiere decir esto? Que la música de los péplum no es solo inventada, sino que el propio género musical lo es, además partiendo de cero. Ello no quita que, cuando presenciamos alguna película del género péplum, lo que escuchamos en la banda sonora nos “suene” a péplum, y no a otra cosa.
Si se filmara una película, por ejemplo, sobre la corte de Enrique VIII de Inglaterra (como de hecho hay muchas), sabríamos que la banda sonora, o al menos una parte importante de ella, estaría basada en el tipo de música que se componía y se escuchaba en dicha época. Lo mismo podríamos decir de otra película sobre la corte de Luis XIV de Francia, o sobre la del emperador Francisco José y su esposa Sissi. Pero si presenciamos una escena de péplum en la que aparece un salón del trono con el tirano de turno sentado en el mismo, que tras dar un par de palmadas aparece un conjunto de jóvenes bailarinas ligeras de ropa interpretando una danza más o menos sugerente que se prolonga hasta que el mismo tirano de otro par de palmadas y estas se retiren de inmediato, podemos estar seguros de que la música que estamos oyendo poco o nada tendrá que ver con lo que podría escucharse hace unos milenios. Algo parecido podría afirmarse de las composiciones musicales con resonancias épicas propias de escenas en las que aparecen soldados romanos, bien desfilando o bien en posición de ataque. Todo es mera invención a posteriori.
La conclusión que saco de esto es doble: por una parte, que la música típica de genero péplum nada tiene que ver con la época que se representa, ya que no es más que un invento de los compositores de bandas sonoras cinematográficas; y la segunda es que, si bien el cine es en gran medida mentira, la banda sonora es parte fundamental en dicha mentira para hacerla más creíble, o al menos más asimilable.
El tema de los western, es decir, de películas del Oeste, guarda ciertas semejanzas con los péplum, aunque también profundas diferencias. Hemos dicho que los péplum, por lo general, son poco respetuosos con los hechos históricos que conocemos, máxime cuando se trata de escenarios o países imaginarios. ¿Pero acaso los western lo son más?
Sería interesante, llegado a este punto, diferenciar los western “postépicos”, como por ejemplo la trilogía de La muerte tenía un precio de Sergio Leone, o Sin perdón de Clint Eastwood, de los western épicos, aquellos en los cuales John Wayne se permitía matar los indios o los soldados confederados que quisiera sin apenas despeinarse. Puestos a establecer una diferenciación entre uno y otro subgénero, yo diría que los western de la primera época, con las excepciones que se nos ocurran, obedecen a la intención expresa de glorificar una época, o incluso me atrevería a decir una gesta determinada, lo cual ya no se advierte en obras posteriores.
¿De verdad fue la conquista del Oeste americano tal y como aparece en películas protagonizadas por John Wayne, Henry Fonda, James Stewart, Gary Cooper, Kirk Douglas, Clark Gable, Gregory Peck, Glenn Ford, Richard Widmark, Alan Ladd, Burt Lancaster y tantos otros? Creo que no. Me atrevería a afirmar que fue mucho más violenta, mas injusta, más opresiva y, sobre todo, más sórdida que lo se ve en los filmes clásicos del género. Más violenta, opresiva y sórdida con los nativos americanos, a los que llevaron al borde del exterminio. Con los esclavos traídos a la fuerza del continente africano. Con los semi-esclavos chinos que llegaron para trabajar en la instalación de vías de ferrocarril. Con los paupérrimos emigrantes llegados del viejo mundo con la familia al completo, dispuestos a abrirse un porvenir sin estar seguros de cuándo, cómo y dónde. O con las chicas vestidas con ropa multicolor que “adornaban” los consabidos saloones a los que se accedía por un par de puertas basculantes de pequeño tamaño, que en realidad no eran sino simples prostitutas maltratadas por unos y por otros hasta la extenuación.
Pero para convertir un mar de sordidez en una gesta gloriosa se necesitaba algo más que una recua de chicos guapos montados a caballo y con pistola al cinto: Y aquí entraba la música. Al igual que ocurre con los péplum, hay un tipo de música que, a fuerza de oírla en películas y series de televisión, como por ejemplo Bonanza o El Virginiano, nos “suenan” a western.
Bonanza - David Rose, and performed by Jay Livingston & Ray Evans.
El virginiano - Q. Jones
No estoy tan seguro de que, al igual que he comentado antes, ese género musical que nos sugiere heroicos jinetes galopando por la pradera corresponda al tipo de música que se escuchaba en la época en que esos hechos sucedieron, o por el contrario se trata de algo inventado a posteriori. Más bien me inclino por esta última posibilidad. Parece más lógico pensar que los migrantes europeos procedentes del Reino Unido (En aquella época incluyendo a Irlanda), de Escandinavia, de Europa Central o de Italia, traerían consigo el acervo musical propio de sus lugares de origen, y solo al cabo de cierto tiempo se produciría una fusión de estilos que diera lugar a un género propio. Más aún si nos referimos a los esclavos negros, cuyos cantos africanos incluso estarían prohibidos en las haciendas sureñas.
El ragtime data de finales del XIX. El blues y el jazz no aparecen hasta bien entrado el siglo XX. Y con respecto al equivalente “blanco” de música popular, es decir, el country, resulta que aún es posterior. Nos queda por mencionar la música tradicional de los pueblos nativos americanos, la cual solo aparece en algunos western como atracción folklórico-exótica que nada tiene que ver con el carácter de gesta heroica que los western clásicos nos sugieren.
He dicho antes que el cine es en gran parte mentira. Pero si bien es preciso admitir que en la ficción literaria, y en esto meto no sólo a la literatura escrita sino también a cualquier género audiovisual, las reglas de lo que es verdad o mentira son más laxas que en otros campos de la vida como por ejemplo el científico, el matemático o el judicial, creo que en los western clásicos las leyes de la verdad y de la mentira se han transgredido por completo. A lo mejor los péplum podrían salvarse, porque se parte del hecho de que, en el plano musical, ser auténtico resulta imposible. Pero en los western no: Aquí no se parte de cero, porque la música de la época es de sobra conocida: Lo que hay es una intencionalidad expresa en presentar un período histórico de la historia de los Estados Unidos de forma bastante distinta a como fue en realidad.
No es el único caso de género cinematográfico en el que se advierte un interés específico por presentar una época histórica de forma tergiversada. Creo que en el cúmulo de películas hollywoodenses que tienen como escenario la Segunda Guerra Mundial ocurre algo similar, si no aún peor. Pero al menos en lo que se refiere a la música, se les concede a los “perversos” nazis una nada despreciable formación y cultura musicales, como se advierte, por ejemplo, en la película Casablanca, donde un grupo de militares nazis aposentados en el bar de Rick interpretan sus himnos acompañados al piano por uno de los suyos. Es necesario que el antifascista Victor Laszo mande a la orquesta interpretar La Marsellesa para acallarlos, ya que al parecer la única persona del bar que sabe tocar el piano, aparte de los nazis, es Sam, el negro amigo de Rick, que de vez en cuando toca la canción As the time goes by para desesperación de su jefe, el conspicuo Rick -Humphrey Bogart- perdidamente enamorado de Ingrid Bergman, al cual la canción le trae nostálgicos recuerdos de su idilio parisino con la susodicha.
Porque, seamos sinceros, la mayoría de las veces que en una película aparece un grupo de soldados norteamericanos en un bar, lo que ocurre no es que alguno de ellos se ponga a tocar el piano, sino que acaben liándose a puñetazos entre ellos dejando el bar hecho unos zorros. Por algo será.
Casablanca - As Time Goes By - Original Song by Sam (Dooley Wilson)