En una época ya remota, mi esposa me regaló un flauta travesera comprada de segunda mano con el noble empeño de alegrarme el ánimo, a la sazón bastante bajo entonces. De forma autodidacta, y echando mano del método Altés, que venía incluido en el regalo, conseguí dominar la digitación básica e interpretar piezas más o menos elementales.
Muchos años después de aquello, cuando solo me faltaban unos pocos meses para jubilarme, no sé por qué se me ocurrió desempolvar el viejo instrumento que llevaba mucho tiempo arrinconado, y emplearme con infinidad de melodías que, mal que bien, había sido capaz de memorizar y de interpretar de oído; sobre todo, como fácilmente cualquiera podría intuir si ha llegado hasta aquí en la lectura de este trabajo, boleros, tangos, chachachás, melodías vascas tradicionales y cosas por el estilo. Y fue entonces cuando mi hermana, alumna en aquella época de la Escuela de Música de Getxo, me animó a echar la solicitud para una plaza de alumnado. Y al poco me comunicaron que existía una vacante en flauta.
Ha transcurrido ya bastante tiempo desde aquello. Soy una persona bastante metódica, y tal es así que, gracias a ocho años de trabajo sistemático e incansable como alumno de dicha institución, aparte de perfeccionar mi técnica como flautista por primera vez en la vida adquirí una formación musical sistemática. Ahora, con unos conocimientos un poco más elaborados pero con muchos años más a cuestas, me gustaría no solo sacar a la luz todos mis recuerdos, sino también recuperar algunas competencias musicales, por ejemplo la destreza con la guitarra, que por mor del tiempo se me habían oxidado. Aunque sé que ya jamás lograré sentir la frescura de un niño que, con ánimo más que provocador, tocaba la flauta por la nariz delante de amigos y familiares; o el apasionamiento de un joven que tuvo durante mucho tiempo a la guitarra como la mejor interlocutora para sus sentimientos, sus alegrías y sus sinsabores.
Muchos escritores tienen la costumbre de añadir al final de cada obra una retahíla de personas a las que tienen alguna cosa que agradecer con relación al libro respectivo. Siempre me ha parecido una actitud bastante pedante, hasta el punto de que no estoy seguro de si se trata de agradecer, lo cual creo que mejor se haría en privado, o más bien de darse a sí mismo una importancia adicional aparte de la que pueda corresponder por el trabajo realizado, como dando a entender que cuanto más larga sea la lista de agradecimientos mejor es el libro, o más importante su autor.
No cabe duda de que yo también podría citar a más de una persona a la que tendría mucho que agradecer, bien se trate de familiares, amigos, profesores, alumnos o compañeros. Aunque por encima de todos creo que debería citar a mi esposa, que aparte de aguantar mis eternos intentos instrumentales mediocres, ha acabado compartiendo mis gustos musicales. A mi hermana, que durante gran parte de mi vida ha sido mi principal referente musical. Y a mi hijo, que ha convertido este texto quizás anticuado en un producto audiovisual acorde con el espíritu del siglo veintiuno.
Solo me queda, pues, esperar que en los años que me queden, que cada vez son menos, tenga tiempo de mejorar y de aprender siempre que la salud me respete, aun a sabiendas de que no voy a tener el tiempo suficiente para llegar a ser otra cosa que un simple músico mediocre.